Operación silencio
Habíamos seguido con nuestra cámara de televisión, desde la terraza del capitolio, las escenas finales de la toma y recuperación del Palacio de justicia, hace 33 años. Teníamos al frente la construcción tiznada del palacio y los sobrevivientes que salían con los brazos en alto, como emergiendo de una sepultura.
De pronto todo eso desapareció, cubierto por unas botas. Unos soldados nos exigían suspender la grabación y presentarnos ante su comandante. El oficial exigió la entrega del material grabado: “porque ustedes saben que aquí está prohibido grabar”.
Supe el porqué cuando una imagen de televisión mostró vivos y con las manos en alto cuando salían del palacio a Alfonso Jacquim, del M 19, y al magistrado Julio César Andrade, que después desaparecieron en manos del Ejército. Entonces conocimos que los restos de los muertos en el palacio habían sido recogidos en bolsas de basura por per–que sonal de basureros del distrito y que por esa recolección indigna, seguida del lavado de los pisos con mangueras de presión, no solo se había irrespetado a los muertos sino que se habían borrado las huellas de los vivos responsables de lo sucedido en el palacio. ¿Había sido un acto de torpeza o una acción calculada para borrar la verdad?
Les pasó a los familiares de Walter y de Héctor, el conductor y el camarógrafo que murieron en los Farallones de Cali, por los disparos hechos desde un helicóptero del Ejército cuando el equipo periodístico de RCN seguía la ruta por donde la guerrilla había llevado a los 12 diputados secuestrados. El helicóptero militar atacó cuatro veces al vehículo identificado con las grandes letras RCN y dio muerte a los dos periodistas. El Ejército explicó que “los únicos responsables son los bandoleros de las Farc... (Los periodistas) no debieron estar allí”.
Ante este intento de silenciar la verdad, Reporteros sin Fronteras, la entidad internacional, pidió una investigación que, contradiciendo la versión militar, declaró responsable a la nación “por una falla en el servicio”. Pero nadie ha explicado por qué el helicóptero atacó cuatro veces a unos periodistas que agitaban bandera blanca en un vehículo distinguido como de prensa.
Tampoco se han explicado los falsos positivos. ¿Cuál fue la alta instancia desde donde se ordenó mostrar resultados cuantificables en muertos?
Como a la Iglesia, al Ejército le ha pasado que, por mantener intacta la institución, ha apelado al ocultamiento y la mentira.
El recurso a una Sala especial para militares en la JEP es otro intento de ocultamiento y de impunidad que debilitará aún más la fe de los colombianos en una institución a la que deben admiración y agradecimiento. Esta operación silencio arroja una oscura nube de sospecha sobre la institución y resulta ofensiva para los héroes y los militares intachables. El día en que la Iglesia y las fuerzas Armadas enfrenten sus errores y crímenes con la verdad, ganarán en credibilidad, como nunca imaginaron al refugiarse detrás de la operación silencio.