El Heraldo (Colombia)

Ramón

- Por Alonso Sánchez B. @sanchezbau­te

Conocí al escritor Ramón Illán Bacca la primera vez que me invitaron a un conversato­rio en Uninorte, por allá en 2004 o 2005. La charla fue sobre Al diablo la maldita primavera. Al finalizar, se me acercó un señor al que ya había visto en la primera fila. No me dijo su nombre. Lo que recuerdo es su timidez al preguntarm­e la reacción de los vallenatos tras la publicació­n de la novela, el timbre bajo de su voz, que sonó como un secreto, y la risa posterior a mi respuesta, esa risa socarrona que lo caracteriz­a, como la de un abad en el medioevo que tiene prohibido reír pero no puede evitarlo; esa risa que la onomatopey­a traduce como jijiji.

Nos hicimos amigos de inmediato. Cada vez que visito Barranquil­la procuro encontrarm­e con él, no solo por el cariño y la admiración que le confieso sino también porque es un tipo tremendame­nte divertido, con ese humor inteligent­e, brillante, tan distante del chiste y la chanza de nuestra región.

Dicen que el mayor rasgo de inteligenc­ia de una persona es el humor y Ramón es alguien con una tremenda capacidad de reírse todo el tiempo de sí mismo. La suya es una biografía cargada de adversidad. Tanta, que a veces es imposible de creer. Él se burla de esa adversidad y se burla también de su estoicismo.

Me gusta también charlar con Ramón porque es la Biblia de Barranquil­la. Conoce datos y detalles de la historia de La Arenosa que sorprende. Quizá se deba a que se ha mantenido siempre como un personaje en la sombra, lo que le ha permitido observar y observar y observar sin que nadie se asuste o incomode. Nuestro mutuo amigo Alberto Abello Vives lo resumió en una ocasión: “Es un antihéroe maravillos­o de la dificultad. Es todo lo contrario de lo que la gente imagina de la vida de los escritores. Siendo grande, él no se lo cree. Eso lo hace un personaje muy singular. No conozco otro escritor similar”.

Ramón cumplió 47 años como profesor en Uninorte y el rector y sus directivas le otorgaron el jueves de la semana pasada la medalla Sol del Norte, un homenaje poco frecuente, y por eso tan valorado, al que solo acceden los funcionari­os más destacados por su labor al interior de la universida­d. Y allí estuvieron en primera fila, aplaudiend­o de pie por más de dos minutos, la comunidad académica, la gente del sector cultural de Barranquil­la y sus amigos personales, entre ellos Ariel Castillo y Zoila Sotomayor, encargados de las palabras en tarima.

Por cuenta del carácter atrás descrito, eso de no creérselo, Ramón llegó al homenaje convencido de que tanta prosopopey­a no era más que una despedida. Aunque ya luego todo fue nostalgia y carcajadas, al inicio estuvo ensimismad­o y hasta se negó a hablar. Por eso se sorprendió tanto cuando el rector le dijo: “Lo espero el año entrante para que siga dando clases”.

Ese mismo día, la Secretaría de Cultura del Distrito le confirió el Premio Vida y Obra del Portafolio Estímulos. De modo que van dos, cinco y todas las felicitaci­ones a mi amigo Ramón por tan merecidas distincion­es.

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