Barbarie disfrazada de justicia
La justicia por mano propia en la capital del Atlántico ha aparecido de nuevo bajo el ya acostumbrado argumento de que la víctima fue sorprendida cometiendo el delito, dejando a un lado la solución por las vías legales.
La barbarie se ha hecho presente de nuevo en las calles de Barranquilla. Dos meses después de que un habitante de calle fuera linchado en Villa Carolina, el joven Jesús Reales Escorcia, de 28 años, encontró la muerte a manos de una turba sedienta de venganza, en la cancha El Salaíto, ubicada en el barrio La Esmeralda.
Esta vez la justicia por mano propia se excusó en el ya acostumbrado argumento de que la víctima fue sorprendida robando en una casa, lo cual fortalece la certeza de que la confianza en las instituciones policiales y de justicia brillan por su ausencia, y de que la comunidad ya no cree en que las vías institucionales son las únicas alternativas para solucionar los conflictos.
Este tipo de episodios evidencian la urgencia de que desde todos los sectores de la sociedad se haga conciencia acerca de la necesidad de trabajar en la reivindicación de los valores que sustentan el estado de derecho, sin importar qué tan graves sean los delitos cometidos por quienes quebrantan la ley. En ningún caso, y esto es lo que las autoridades deben comunicar con claridad, los ciudadanos pueden ejercer como policías, jueces y verdugos. De persistir estos comportamientos que pretenden echar por tierra la legitimidad de la justicia, dentro de poco reinará en nuestra ciudad el imperio de la anarquía. Por otra parte, cada vez que se presentan estos hechos tan deplorables, las autoridades se ven en calzas prietas para individualizar a los responsables. Parece ser que primara cierto pudor en tomar decisiones que impliquen la captura de decenas de asesinos, como si hacerlo fuera en contra de la lógica. Sin embargo, no es posible que por un asesinato cometido por muchos, solo algunos, casi siempre, dos o tres, resulten judicializados. Así las cosas, o fallan los procedimientos, o lo hacen quienes los ejecutan, o se asume con una naturalidad que espanta, que quien en medio de un linchamiento solo lanza un par de golpes no es tan responsable como el que asesta la pedrada mortal. Es claro que algo malo pasa en Barranquilla si cada vez es más normal que la comunidad enardecida asesine a golpes a un supuesto criminal. Y es nuestra la responsabilidad de erradicar de raíz estas prácticas inconcebibles en una sociedad que aspira a ser civilizada, como lo es de las autoridades el abordar este tema con seriedad y determinación, integrando a sus políticas públicas una intervención profunda en las comunidades que demuestran su deprecio por la legalidad.
Cero tolerancia y sanciones ejemplares para quienes ejercen justicia por mano propia. Y esfuerzos pedagógicos incansables para revivir el respeto por las normas y la necesidad de estar de acuerdo en que son los agentes del Estado los únicos que pueden perseguir, juzgar y condenar a quienes cometan delitos.
Cero tolerancia y sanciones ejemplares para quienes ejercen justicia por mano propia. Y esfuerzos pedagógicos incansables para revivir el respeto por las normas.