Buena arquitectura
Ayer, 21 de noviembre, fue anunciado el Premio Internacional de Arquitectura de la RIBA (Instituto Real de Arquitectos Británicos). El galardón es uno de los más reconocidos en la disciplina, respaldado por una emblemática institución de comprobada idoneidad con 184 años de historia. En esta ocasión el ganador fue el proyecto Children Village, una instalación para albergar niños y jóvenes estudiantes para una escuela rural en una remota hacienda en el estado de Tocantins, en Brasil. Fue una obra de los arquitectos Rosenbaum + Aleph Zero, ambos despachos de origen brasileño, que venció a finalistas con intervenciones en Tokyo, Milán y Budapest.
El proyecto, como todos los que llegan a la fase final de este premio, tiene una gran calidad en el diseño y la ejecución, sensibilidad compositiva y respeto con su entorno; los atributos fundamentales de cualquier intervención arquitectónica juiciosa y pensada. Sin embargo, es posible que sus principales fortalezas trasciendan tales apreciaciones. Al entender sus autores a la arquitectura con un instrumento para la transformación social, se asume la necesidad de crear edificaciones que no se conviertan en un problema para sus usuarios, que no demanden mantenimientos complejos ni extraordinarios, y cuyo proceso constructivo no suponga riesgos desproporcionados para sus ejecutores. En suma, la propuesta honra su responsabilidad y la deja ver en cada uno de sus componentes.
Es así como el Children Village no se vale de tecnologías de punta ni de excesos formales. Su rasgo más característico es una gran cubierta de madera que unifica espacialmente los recintos, con las dimensiones necesarias para prestar sombra todo el día. Patios centrales y cerramien- con algún grado de permeabilidad, conforman un microclima que exime al complejo de la utilización de equipos de aire acondicionado. La propuesta revalida la arquitectura vernácula, utilizando materiales de la zona, ladrillos y madera, que permiten un diálogo tranquilo con sus alrededores, evitando ser intrusa y facilitando la apropiación por parte de la comunidad que se ha beneficiado con su construcción. Es una arquitectura que brinda confort y tranquilidad, sin demandas técnicas desmedidas o problemáticas. Con este premio la RIBA envía un mensaje muy valioso y bienvenido, que conviene atender con mayor decisión por estos lados. Como sucedió con el Pritzker al chileno Aravena en el 2016, nuevamente se expone la necesidad de comprometer más al arquitecto con su responsabilidad social.
Nuestro entorno pide más soluciones que excesos. La arquitectura bien hecha no necesita ser extravagante ni complicada, los ejercicios racionales y medidos pueden brindar respuestas duraderas, de gran calidad estética y de enorme valor. Invito a los lectores a revisar este proyecto, los buenos ejemplos merecen difusión.