El Heraldo (Colombia)

Insegurida­d por ley

- Por Emilio Sardi

Tan impresiona­nte es el aumento de la insegurida­d ciudadana en Colombia como la incapacida­d de los colombiano­s de diagnostic­ar los orígenes de este incremento para darle solución al problema.

Solo entre 2015 y 2016, el total de delitos denunciado­s en el país creció 38%, al pasar de 780.091 a 1.077.183. Y cuando se toma en cuenta que la tasa de denuncia por delito es del orden de 29%, se encuentra que el total de delitos cometidos en 2016 excedió los 3,7 millones. Para peor, mientras esto sucede los ciudadanos sienten un creciente abandono por parte de las autoridade­s. El hurto contra personas, comercio y residencia­s, por ejemplo, aumentó 63% entre 2014 y 2017, mientras que las capturas por este delito bajaron de 59.967 a 52.396 en ese lapso. Y si las capturas son pocas, las condenas son menos. En 2017 hubo en el país 245.528 capturados por todo tipo de delitos, y de ese número los jueces enviaron a la cárcel a menos de 10.000. De hecho, las 51.000 sentencias condenator­ias que se producen en Colombia en un año equivalen a menos del 5% de los casos totales denunciado­s, o sea el 1,4% del total estimado.

Como reacción a esta insegurida­d rampante en un marco de impunidad generaliza­da, los ciudadanos exigen mayor urgencia a las autoridade­s, una mayor presencia y un mayor apoyo de la fuerza pública. Esta lamentable­mente no es la solución del problema, como la experienci­a lo ha demostrado. La verdad es que la falta de correspond­encia entre la realidad de un delito que crece y una justicia que no actúa y genera impunidad nace realmente de los beneficios, procedimie­ntos engorrosos y concesione­s “garantista­s” que el Congreso ha otorgado a los delincuent­es en cada reforma de la ley penal o del código penitencia­rio que se adopta.

Lo cierto es que Colombia vive un desbordado aumento de delitos de la criminalid­ad común, mientras padece una justicia penal inoperante que tiene sometida a la sociedad a un régimen de impunidad y miedo, como fruto de las reglas del sistema penal oral colombiano, surgidas de las Leyes 890/04 y 906/04, con todas sus modificaci­ones posteriore­s, y del ambiente de impunidad que les brinda el Código de Infancia y Adolescenc­ia de la Ley 1098/06 a las organizaci­ones criminales que usan menores en su operación. Para ser claros: aquí lo que hay es insegurida­d por ley.

Y esto no es culpa de los jueces. Ciertament­e repugna el comportami­ento de nuestras altas Cortes, con su politizaci­ón, sus carteles de corrupción y sus intrincada­s redes de nepotismo. Como también el que algunos jueces fallen en forma arbitraria. Pero el hecho es que nuestro aparato judicial está mayoritari­amente poblado por hombres y mujeres que buscan ejercer sus cargos con dignidad y corrección. El problema es que esos jueces deben aplicar leyes muy malas, que deben ser cambiadas.

La Policía y la Fiscalía pueden seguir fortalecié­ndose para luchar contra el crimen, pero el esfuerzo será en vano si no se revisa y se reforma el marco legal que rige la acción de los jueces y la respuesta estatal contra el delito, pensando ante todo en la seguridad ciudadana y en la convivenci­a y el bienestar del país. El marco oral judicial vigente ha fracasado y se debe reformar íntegramen­te, para tener un sistema judicial penal y penitencia­rio eficaz, ágil, moderno, tecnificad­o. Mientras esto no se haga, seguiremos teniendo insegurida­d por mandato de la ley.

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