El Heraldo (Colombia)

La tormenta perfecta

- Por Miguel Vergara

Un fuerte nubarrón yace en el cielo, la reforma tributaria (ley de financiami­ento). Pero más allá del mal presagio habría que tomarla como la oportunida­d para recuperar la confianza ciudadana, tomar el timón y evitar que la urgencia de recaudar los $14 billones que supuestame­nte hacen falta lleve a tomar medidas regresivas que obliguen a los ciudadanos que menos tienen a pagar la cuenta.

Tener 14 billones adicionale­s para hacer obras o ampliar coberturas es loable y necesario. ¿Pero sí se necesitan 14 billones? En momentos de escasez hay que amarrarse el cinturón. Patricia Lara, periodista y escritora colombiana, dice que esos 14 billones del déficit son “5 billones para invertir en programas nuevos, 4 billones para aumentar programas educativos y de salud, y 5 billones en recortes que se plantearon en el gobierno anterior y no se desean hacer”. Teniendo en cuenta este escenario, ¿qué pasaría si solo se consiguen 10 billones?, y en vez de lo propuesto, que el recorte se haga sobre los 5 billones de programas nuevos y sobre los 5 billones que pensaban recortarse previament­e. Y como dijo Fernando Londoño, “que no insistan en repetir que la plata que hace falta es la de los pobres”.

Resulta especialme­nte preocupant­e que la cuenta de cobro de este déficit la vayan a asumir los más pobres y la clase media. El aumento del IVA a la canasta familiar, el impuesto a las pensiones, el impuesto a la vivienda usada y otras medidas, muestran la cara de una reforma regresiva que no busca el objetivo más loable de cualquier tributo, redistribu­ir el ingreso. Es casi como decir que los tan necesarios descuentos tributario­s, que estoy de acuerdo necesitan urgentemen­te las empresas, lo tendrán que pagar sus empleados. El mundo al revés.

Para colmo de males el momento no puede ser peor. Según Benjamín Radcliff, experto en temas tributario­s, para que se paguen impuestos con felicidad (no conozco al primero que tribute feliz) deben darse dos condicione­s: creer que los recursos se invierten bien y sentir que los impuestos tienen un retorno claro en la vida diaria. Hoy, en Colombia, la sensación es completame­nte la contraria. La percepción de corrupción está en aumento y la sensación generaliza­da es que la salud, la educación y la seguridad no funcionan, lo que en resumidas cuentas hacen de este el peor momento para cobrar.

La sumatoria de estas situacione­s convoca la tormenta perfecta, y es aquí donde los grandes timoneles se lucen. A veces hacer menos es hacer más y este sería el caso perfecto para demostrarl­o. Esto no significa hacer lo que la gente quiere, sino lo que Colombia necesita. No nos comparemos con Suecia ni Suiza, pero aspiremos a serlo. Apretémono­s el cinturón, digámosle no a los impuestos regresivos y no dejemos que los esfuerzos que necesita el país los terminen pagando la clase media y los pobres.

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