La tormenta perfecta
Un fuerte nubarrón yace en el cielo, la reforma tributaria (ley de financiamiento). Pero más allá del mal presagio habría que tomarla como la oportunidad para recuperar la confianza ciudadana, tomar el timón y evitar que la urgencia de recaudar los $14 billones que supuestamente hacen falta lleve a tomar medidas regresivas que obliguen a los ciudadanos que menos tienen a pagar la cuenta.
Tener 14 billones adicionales para hacer obras o ampliar coberturas es loable y necesario. ¿Pero sí se necesitan 14 billones? En momentos de escasez hay que amarrarse el cinturón. Patricia Lara, periodista y escritora colombiana, dice que esos 14 billones del déficit son “5 billones para invertir en programas nuevos, 4 billones para aumentar programas educativos y de salud, y 5 billones en recortes que se plantearon en el gobierno anterior y no se desean hacer”. Teniendo en cuenta este escenario, ¿qué pasaría si solo se consiguen 10 billones?, y en vez de lo propuesto, que el recorte se haga sobre los 5 billones de programas nuevos y sobre los 5 billones que pensaban recortarse previamente. Y como dijo Fernando Londoño, “que no insistan en repetir que la plata que hace falta es la de los pobres”.
Resulta especialmente preocupante que la cuenta de cobro de este déficit la vayan a asumir los más pobres y la clase media. El aumento del IVA a la canasta familiar, el impuesto a las pensiones, el impuesto a la vivienda usada y otras medidas, muestran la cara de una reforma regresiva que no busca el objetivo más loable de cualquier tributo, redistribuir el ingreso. Es casi como decir que los tan necesarios descuentos tributarios, que estoy de acuerdo necesitan urgentemente las empresas, lo tendrán que pagar sus empleados. El mundo al revés.
Para colmo de males el momento no puede ser peor. Según Benjamín Radcliff, experto en temas tributarios, para que se paguen impuestos con felicidad (no conozco al primero que tribute feliz) deben darse dos condiciones: creer que los recursos se invierten bien y sentir que los impuestos tienen un retorno claro en la vida diaria. Hoy, en Colombia, la sensación es completamente la contraria. La percepción de corrupción está en aumento y la sensación generalizada es que la salud, la educación y la seguridad no funcionan, lo que en resumidas cuentas hacen de este el peor momento para cobrar.
La sumatoria de estas situaciones convoca la tormenta perfecta, y es aquí donde los grandes timoneles se lucen. A veces hacer menos es hacer más y este sería el caso perfecto para demostrarlo. Esto no significa hacer lo que la gente quiere, sino lo que Colombia necesita. No nos comparemos con Suecia ni Suiza, pero aspiremos a serlo. Apretémonos el cinturón, digámosle no a los impuestos regresivos y no dejemos que los esfuerzos que necesita el país los terminen pagando la clase media y los pobres.