El Heraldo (Colombia)

¿QUé TAN DESCUADERN­ADOS ESTAMOS?

El ‘tsunami Odebrecht’ sigue creciendo, la corrupción no da tregua, los estudiante­s siguen en paro y la oposición acorrala al presidente ➲ ¿Qué hacer?

- ÓSCAR MONTES @leydelmont­es

El ‘tsunami Odebrecht’ sigue creciendo, la corrupción no da tregua, los estudiante­s siguen en paro y la oposición acorrala al Presidente.

El expresiden­te Carlos Lleras Restrepo encontró a comienzos de los 70 la frase exacta para definir la que podría ser hoy la condición de Colombia: “Un país descuadern­ado”. Qué otra cosa podría pensarse de una nación donde el nombre del empresario más poderoso aparece relacionad­o, cada día con más frecuencia, en el mayor escándalo de corrupción de las últimas décadas. A su lado figura el de su antiguo abogado y hoy en día el funcionari­o más influyente del país, después del presidente de la República, quien está al frente de la política contra las organizaci­ones criminales.

El descuadern­amiento nacional también se refleja en el hecho de que el presidente –que acaba de cumplir 100 días en el cargo– apenas cuenta con un precario respaldo del 27 por ciento, hecho de que deja caer un manto de incertidum­bre sobre las decisiones que debe tomar en el ejercicio de sus funciones.

Todo ello mientras el principal jefe de la oposición desconoce todas las sanciones proferidas en su contra –tanto judiciales como administra­tivas– al tiempo que convoca marchas masivas, no solo para pasarse por la faja las decisiones que no le favorecen, sino para “revolver las aguas” y tratar de demostrar un supuesto poderío que nace de un masivo respaldo popular.

Pero la mejor demostraci­ón del descuadern­amiento nacional es la desconfian­za generaliza­da en las institucio­nes, entre ellas las altas cortes y el Congreso de la República. La Corte Suprema de Justicia –que hasta hace algunas décadas gozó de reputación y buen nombre– tiene su prestigio por el piso, entre otras cosas por culpa del llamado “cartel de la toga”, que involucra a magistrado­s y exmagistra­dos en gravísimos casos de corrupción. Hay togados y extogados enjuiciado­s y presos.

De los partidos y de los políticos es mejor no hablar. Los históricos –Liberal y Conservado­r– terminaron convertido­s en “fábricas de avales”, que subsisten de los puestos y contratos que les da el presidente de turno, a quien se entregan sin pudor ni reato. La ideología que les dio origen terminó sepultada por toneladas de contratos a congresist­as, quienes pasan de gobiernist­as a opositores con una facilidad que espanta.

Los medios de comunicaci­ón tampoco salen bien librados del juicio de responsabi­lidades por parte de la opinión pública, que los señala de venderse al mejor postor, tomar partido por los poderosos y olvidarse de la búsqueda de la verdad, que es su razón de ser. Su credibilid­ad nunca antes había sido tan cuestionad­a.

La Iglesia Católica y la Policía –referentes de moral y buenas costumbres hasta hace algunos años– hoy ocupan los últimos lugares como institucio­nes respetable­s y respetadas por los colombiano­s. Ello obedece, sin duda, a los múltiples escándalos de corrupción y abusos en los que se han visto envueltos varios de sus miembros.

Ante este panorama desolador, es bueno explorar algunas explicacio­nes que permitan entender la difícil y compleja situación que vive el país. Y en ese sentido es bueno analizar el papel desempeñad­o por las élites, no solo políticas, sino intelectua­les y empresaria­les. ¿Qué tanta responsabi­lidad les cabe en este desbarajus­te institucio­nal? Es mucha la responsabi­lidad que le asiste a la llamada clase dirigente, a la que el sociólogo y politólogo italiano Gaetano Mosca llamó “los gobernante­s”, cuya voluntad prima sobre la de “los gobernados”.

En otras palabras, son los gobernante­s quienes toman decisiones a nombre de los gobernados y la suerte de estos últimos depende de lo que decidan los primeros. Quienes marcan los derroteros a seguir son aquellos que han gozado por años de múltiples privilegio­s que les son negados a la inmensa mayoría, entre ellos una buena preparació­n académica. De ahí que la responsabi­lidad de la crisis recae de forma directa en quienes han tenido el privilegio de gobernar y han disfrutado de una posición dominante, según los planteamie­ntos de Mosca. Dicha responsabi­lidad es insoslayab­le. ¿Qué tan descuadern­ados estamos?

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