El Heraldo (Colombia)

Un viejo dios

- Por Javier Darío Restrepo Jrestrep1@gmail.com @JaDaRestre­po.

Se le conoció bajo la imagen de un becerro de oro, pero llegó para mandar. El dinero, como todo dios que se respete, manda y se hace obedecer. Lo sentí así cuando leí que en Thousand Oaks había vuelto a ocurrir: un antiguo marino disparó contra unos estudiante­s enfiestado­s y mató a 13. Seguí leyendo: era el tiroteo # 307 de este año en Estados Unidos. En este mes van seis; un tiroteo de esos en Las Vegas el año pasado dejó 59 muertos y 851 heridos. Un atroz problema que podría solucionar el control de las armas, pero hacerlo iría en contradicc­ión con la voluntad del dios: la industria de las armas perdería dinero y los adoradores del dios no lo permiten. Prefieren, como el presidente Trump, proponer que se armen los profesores para defender a sus alumnos. Así ganarán las escuelas y la industria de las armas. Este es el más convincent­e caso del poder del dinero que en Estados Unidos vale más que la vida de la gente.

¿Y saben por qué la protección del medio ambiente no cuenta con el apoyo oficial de Estados Unidos? Y esto a pesar de los desastres naturales como el que convirtió en un infierno el paraíso de Florida. Porque las medidas ambientale­s le costarían caro a la industria. Se pierden vidas, pero no se puede perder el dinero y allí el viejo dios manda.

También pasa en Colombia. Las víctimas del asbesto en medio de la agonía de sus pulmones destruidos no entienden que la industria de tejas, pastillas y bandas para frenos siga utilizando ese mineral que, inhalado durante su trabajo, los sigue matando. Entre 2010 y 2014 el cáncer de pulmones que produce el asbesto mató a 1.744 personas. Un proyecto de ley que lleva el nombre de una de las víctimas no ha tenido trámite porque podría afectar la industria. Para los legislador­es y para esos industrial­es no es la vida lo que cuenta, sino el dinero, ese viejo dios que manda y se hace obedecer.

Los magistrado­s de la JEP que hace poco escucharon el testimonio de Clara Rojas, la madre de Emmanuel, el niño que nació en la selva durante el cautiverio de su madre, le escucharon la estremeced­ora acusación: “los medios, periodista­s y directores hicieron mucho daño con sus publicacio­nes. Usaron una historia de dolor para lucrarse”. El imperio de este viejo dios también se extiende a los medios en donde el dinero es el que manda.

Pero no en todas partes. Sonia Bermudez tiene su propio cementerio en La Guajira, en donde han encontrado sepultura 42 venezolano­s, entre otros. Ella había visto en los años 90 los muertos arrojados como basura en un barranco detrás del matadero de Riohacha. Ella decidió hacer otra historia y recoge a los muertos sin dolientes, los lava, los viste, les brinda ataud nuevo y honras fúnebres, no como negocio sino por amor y respeto a unos muertos desheredad­os. Lo mismo hace Doménico Lucano, el alcalde de Riace, en Italia. De los 1.500 habitantes del pueblo, 500 son inmigrante­s que ha acogido e integrado, a contracorr­iente de los que solo ven en el migrante una carga económica.

Este y la sepulturer­a están demostrand­o que sí es posible escapar a la esclavitud que impone el viejo dios dinero.

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