Cultura impuesta
Con la renuncia el pasado miércoles de Alberto Abello Vives, la sexagenaria Biblioteca Luis Ángel Arango se prepara para recibir a su cuarto director en menos de cinco años. De acuerdo con la Constitución, el Banco de la República es un ente autónomo en la estructura del Estado colombiano, una institución estable y seria en la que los mecanismos gerenciales y su gestión basada en procesos lo garantizan. Es, además, un banco central particular, como pocos en el mundo: una parte significativa de su presupuesto de gastos e inversiones se destina a promover la cultura en las ciudades donde tiene sucursales.
Pero algo está pasando en su área cultural y son quejas que se escuchan de tiempo atrás. Si bien desde afuera se le reconoce al Banco ser un pilar de la cultura colombiana, ofreciendo en algunas ciudades la única oferta cultural existente, por dentro pareciera no estar regido por un sistema democrático. Sus decisiones culturales son altamente centralizadas, lo que va en contravía de la misma creación artística. Muchas de ellas se imponen y surgen aisladas de las necesidades reales de la población nacional. Acaso, ¿quién decide el enfoque de lo cultural?
En tiempos de participación social y trabajos colaborativos, poco hay de ello en el área cultural. ¿Será que la causa hay que buscarla aguas arriba? Si los gerentes generales pueden estar máximo tres períodos de cuatro años, ¿por qué la gerencia del área cultural sobrepasa ese tiempo? Valdría la pena que el Banco se sincerara con el país, que su junta nos dijera qué tanto le importa la cultura más allá de los recursos públicos que destina y por qué se ejerce a punta de férula.
Debemos estar seguros de que el amiguismo no es la vara de medición para asignar los recursos desde el área cultural, debemos estar seguros que el Banco no apuesta por viejas ideas de cultura, bellas artes y patronatos elitistas, sino por un mayor sentido del país plural acorde con la Constitución y los tiempos que corren; debemos estar seguros de que la gestión cultural obedece a un nuevo país que no quiere castas definiendo la cultura y no a un país en el que expresidentes respaldan a funcionarios, exigen recursos para sus fundaciones amigas, imponen corbatas, dan órdenes desde afuera y alteran los procesos de la gestión.
Se sabía que había llegado a la BLAA un investigador y gestor cultural del Caribe con larga trayectoria, caracterizado por su seriedad y eficiencia. ¿Será que viene otro director andino para gestionar una red de bibliotecas que cubre buena parte del territorio nacional y no solo la de Bogotá? O entonces, ¿por qué le corrieron la silla a Abello si era tan buen muchacho? ¿Acaso porque los medios estaban resaltando su trabajo? Eso de las nuevas colecciones adquiridas y donadas, los hallazgos en sus colecciones, la mayor apertura para la investigación, la participación de públicos más diversos. Son todas buenas noticias que al parecer a algunos les causan escozor.