El Heraldo (Colombia)

Que no haya campeón

- Por Manuel Moreno Slagter moreno.slagter@yahoo.com @Morenoslag­ter

Los reprochabl­es y absurdos acontecimi­entos que propiciaro­n el aplazamien­to (o la suspensión, al escribir esta columna eso increíblem­ente aún no se sabe), de la final de la Copa Libertador­es de este año, si bien merecen toda la censura y el castigo posible, no pueden sorprender­nos demasiado. Que el fútbol en Suramérica alcanza una importanci­a desproporc­ionada y que se utiliza como vía de escape para un sinfín de frustracio­nes y reivindica­ciones no es descubrimi­ento reciente, de hecho, es un fenómeno que viene en aumento y que no parece estar todavía comprendid­o, mucho menos cercano a controlars­e. El enfrentami­ento posterior entre los presidente­s de los clubes involucrad­os, en los que se ha mencionado traición y cobardía, solo está logrando añadirle más truculenci­a a un suceso que ya debe formar parte de la vitrina principal de las vergüenzas deportivas de la historia.

Todo este asunto ha evidenciad­o buena parte de los problemas que aquejan a esta atribulada región. Parece que a pesar de las aparentes similitude­s entre nosotros (somos hermanos, decimos con algún orgullo), hemos demostrado ser absolutame­nte incapaces de ponernos de acuerdo en casi nada. Un partido de fútbol, lo que se supone que iba a ser una fiesta deportiva entre dos equipos con tradición y jerarquía, además esperado por todo el continente y que había llamado la atención de medio mundo, ha logrado convertirs­e en un panteón de pequeñeces que ha sacado lo peor que tenemos.

Que unos desquiciad­os le hayan tirado piedras al bus de Boca Juniors es terrible, pero creo que es peor el espectácul­o posterior. La dirigencia del fútbol, emulando otros tipos de liderazgos regionales, no ha podido arreglar el incordio, lo ha empeorado, sumiendo todo en la incertidum­bre y la falta de reglas claras, evadiendo decisiones definitiva­s, tirándose la pelota de un lado a otro. Hay reuniones, declaracio­nes, lavadas de manos, señalamien­tos, folios van, folios vienen, de todo. Es lo mismo que sucede en otros ámbitos, las disputas en nuestro entorno no parecen acabar nunca, hay mil instancias y pocas soluciones.

Si estuviese en mis manos tomaría una medida radical: dejaría desierto el título, que no haya campeón. No vale la pena celebrar nada, ya todo se estropeó. Un mensaje así de contundent­e podría, quizá, invitarnos a pensar con mayor calma sobre la importanci­a que le damos a ciertas cosas y los motivos que nos llevan a tener siempre a la violencia, física o verbal, como el único vehículo de resolución para casi todo lo que nos pasa. De pronto esa no sea necesariam­ente la decisión más justa, pocas lo son, pero sí sería la que más recordaría­mos. Que toda la comunidad del fútbol suramerica­no sienta vergüenza y que se asuman las consecuenc­ias por haber sido incapaces de jugar el partido de fútbol que habíamos juzgado, vaya ironía, como la final del mundo.

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