¡Enderézcalo!
Ami padre le causaba mucha gracia ver cómo los transportadores del altiplano colombiano –seguramente buscando efectos más contundentes– inventaron una expresión que esos sujetos particulares llamados “el ayudante”, y que son una especie de apéndice del chofer, utilizan con pro- piedad para ayudar al conductor a maniobrar el vehículo: ¡enderézcalo! Mi padre solía bromear en torno al término bastardo, pero sospecho que, habiéndose dado cuenta de la eficacia de una expresión tan rimbombante, una mezcla entre advertencia y amenaza, si estuvo tentado a utilizarla, no tuvo el talante para hacerlo. Hombre y lenguaje son una misma cosa; una entidad inseparable que establece relaciones interpersonales, de ahí que, en la delicada trama que tejen un emisor y un receptor, cada vez que un individuo expresa su pensamiento está implícita una intención, una secreta voluntad de revelar sus maquinaciones personales.
Días atrás el expresidente Uribe salió a decirle al país –al receptor más menesteroso y más confuso que quizá tenga– una frase que, destinada al presidente de la República de Colombia, causó gran controversia. “Necesitamos que Duque enderece, porque si Duque no endereza nos va muy mal”. Francamente, dada la disociación que parece haber al interior del partido de gobierno, y del precario estado por el que atraviesa el país a 100 días de haber sido elegido Duque, lo que uno alcanza a interpretar es “porque si Duque no endereza, le va muy mal”. Tal parece que, conforme a su carácter irascible, le hubiera ordenado terminantemente: ¡enderézcalo! Y, como su receptor más menesteroso y más confuso reaccionara alebrestado ante el mensaje soterrado –en lo que pudiera ser un síntoma afortunado de que el país empieza a comprender las tramoyas montadas en el lenguaje–, Uribe procedió a dar explicaciones; dijo que se refería a “enderezar el rumbo del país” respaldado por el propio Duque, que en una declaración posterior afirmaría: “Queremos enderezar el camino de Colombia”. Al final, cuando se trata de política y políticos, todo queda reducido a la falaz condescendencia del lenguaje descrita certeramente por el crítico francés George Steiner: “El lenguaje lo permite todo. Es algo espantoso en lo que no solemos reparar: se puede decir de todo, nada nos ahoga, nada corta nuestra respiración cuando decimos algo monstruoso. El lenguaje es infinitamente servil y no tiene –a eso se debe el misterio– límites éticos”.
En todo caso, cualquiera que hubiera sido su intención, en algo tiene razón Uribe, y es que en Colombia todo está por enderezarse. En un país donde es palpable el “gen de la torcedura” eso sería un logro fenomenal. Pero, ¿cómo hacer cuando los llamados a dar ejemplo han sido por tradición, más que torcidos, retorcidos? Una tarea que comienza con rescatar la ética del lenguaje, muy difícil además si, como dijo el escritor Félix Ovejero, “La perversión del léxico político no es un vicio, es un procedimiento”.