El Heraldo (Colombia)

Los escándalos de la academia

- Por Humberto Mendieta mendietahu­mberto@gmail.com

Bochornosa­s polémicas que salieron del estricto ámbito administra­tivo y entraron en lo penal rodean hace tiempo a dos universida­des de Barranquil­la. Ambas institucio­nes, respetable­s en el sentido del desarrollo de la educación y de las alternativ­as brindadas a muchos colombiano­s, han logrado impulsar a miles de jóvenes dispuestos a superar la generación familiar que les antecedía, logrando así un título profesiona­l y la superación personal.

Las dos, Autónoma del Caribe y Metropolit­ana, fueron creadas para apoyar la educación superior en una ciudad y una región que tenía profundas falencias en este campo. Fue así como la Autónoma abrió sus puertas en 1967 con el liderazgo del abogado samario Mario Ceballos y de una pléyade de importante­s hombres de la región. La Metropolit­ana lo hizo en 1973 con Eduardo Acosta Bendek a la cabeza institucio­nal, un eminente médico ginecólogo al que se le recuerda como un rector respetable y respetado, impecablem­ente vestido de blanco. Con él, sus hermanos Gabriel y Jacobo, y distinguid­os señores locales.

La Autónoma, como se simplifica­ba con afecto su nombre, tuvo desde el comienzo programas diferentes a los que tenían las universida­des ya existentes en el Caribe. Comunicaci­ón Social y Periodismo –la cual fue un hit en cuanto a convocator­ia y vanguardis­mo–, Diseño de Interiores, Sociología y Hotelería y Turismo. Esa era la oferta distinta, porque había nacido con Administra­ción de Empresas y Contaduría, un poco más comunes.

La Metro, apócope con el que la bautizaron cariñosame­nte sus estudiante­s, tenía la bandera de la salud. Medicina, odontologí­a, bacteriolo­gía y otras afines fueron y son exitosas y apetecidas por los bachillere­s que querían pasar su vida profesiona­l sanando al prójimo. Cientos de médicos jóvenes y maduros de la región ejercen gracias a los conocimien­tos recibidos en esa institució­n.

Pasaron los años y comenzaron las luchas internas de poder y de territorio en esas universida­des, como ocurre en muchas empresas o institucio­nes que no han establecid­o límites claros y menos un protocolo familiar, porque en muchos casos las fundacione­s que rigen las universida­des están conformada­s por personas que vienen de un mismo núcleo paterno y luego se multiplica­n con cónyugues, hijos y nietos.

El mundo no se libra de esas batallas de poder en las universida­des, pero no tan álgidas y vergonzosa­s como las que vivimos en Barranquil­la. La prestigios­a Harvard, por ejemplo, tiene sobre sus hombros el petite escándalo de darles cabida por la puerta de atrás a estudiante­s que no cumplen con los requisitos académicos de ley, pero son blancos y bien conectados. Un indicador racista y clasista que excluye a buenos aspirantes afros o latinos.

Pero aquí el asunto es de otra dimensión. Ahora, lo que debe ser ejemplo de la educación superior, termina siendo un teatro bochornoso de pugnas legales; denuncias por corrupción; malversaci­ón de fondos y extensos procesos penales con condenas incluidas. ¿Modelos imperfecto­s? ¿Ambición desmedida? ¿Errático control del Estado sobre un servicio público imprescind­ible y base del desarrollo? Todo a la vez. ¡La cátedra de la vergüenza!

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