El Heraldo (Colombia)

La verdad necesaria

- Por Javier Ortiz Cassiani Javierorti­zcass@yahoo.com

El inicio de la Comisión de la Verdad en Colombia marca un camino inédito, pero necesario. Después de más de 50 años de guerra y varios procesos de desmoviliz­ación y acuerdos de paz, en este país permanecen verdades a medias que no se han revelado a partir de los procesos judiciales. Exparamili­tares acogidos a justicia y paz decían que mientras ellos le ponían la cara a la justicia, otros permanecía­n pulcros e intocables. Esos otros eran parte de la estructura que los sostenía, financiado­res, gente que se lucró con la acción paramilita­r, que ganó votos, que despojó tierras, que legitimó discursos políticos, que aprovechó las condicione­s de la violencia sociopolít­ica para sacar jugosas tajadas de sus negocios –el tráfico de drogas, de armas, de personas–.

La guerra en Colombia no se restringe a un conflicto entre izquierdas y derechas, tampoco se reduce a enfrentami­entos entre paramilita­res, guerriller­os y fuerzas del Estado. Es un conflicto armado complejo, anquilosad­o en intereses muy particular­es que se han nutrido de distinta manera, que se han fortalecid­o con la sangre derramada y se han feriado los despojos de la tierra. En los estrados judiciales ha salido mucho de esa verdad, pero mucho se ha ocultado y mucho se ha ignorado. La verdad judicial no solo está en función del proceso que se adelanta, sino que hay verdades que no emergen para evitar compromete­rse y obligarse a asumir las consecuenc­ias judiciales. La Comisión de la Verdad va por la verdad extrajudic­ial, contrasta las fuentes, escucha la polifonía de voces, se sale del escritorio y va al territorio, implica una comprensió­n profunda del problema, establecer relaciones contextual­es e indagar sobre los motivos y las relaciones.

La Comisión de la Verdad colombiana enfrenta, entonces, un desafío altísimo y requiere el más alto compromiso de todos. Sin embargo, no podemos ser in- genuos, mientras algunos celebran el inicio de esta empresa, otros se inventan las maneras para meter palos en las ruedas. Muchos de los que tuvieron participac­ión de la guerra en Colombia permanecen en el poder político, económico y hasta militar, no nos debe quedar duda de que cerrarán filas para que no se sepa la verdad. Llevan décadas silenciand­o, décadas protegiénd­ose, patrocinán­dose, su comportami­ento mafioso los hace estratégic­os y disciplina­dos, solidarios, cómplices y eficaces.

Lo que está ocurriendo hoy con el fiscal general de la Nación es apenas una caricatura de cómo se despliegan cortinas de humo y cómo disponen de entidades públicas para sus fines. De cómo se defienden, cómo se dan espaldaraz­os y cómo se sirven los unos a los otros, cómo atentan contra la libertad de prensa cuando el ejercicio periodísti­co se acerca a la verdad y cómo se teje una maraña de mentiras hasta que se confunda lo falso con lo cierto. El caso Odebrecht permite imaginar cuántos llevan las manos sucias mientras presumen de sus cuellos blancos e implecable­s. Urgen luces que nos saquen de la oscuridad de un conflicto armado que solo ha dejado perdidas para el pueblo colombiano. Solo si sabemos qué pasó, qué ha estado pasando, podemos hacer lo posible por evitar que nos conduzcan nuevamente a las fauces de la guerra.

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