El maldito celular
La era de la comunicación virtual requirió de un adminículo que nos presentaron como la redención del aislamiento y el ascenso a una comodidad que hasta entonces desconocíamos casi por completo, al menos en Barranquilla. En pleno siglo XX pasaron muchos lustros antes de que fuera posible el marcado directo nacional a través de las líneas telefónicas, pues antiguamente había que solicitarse el servicio a una operadora (siempre fueron mujeres) que manejaba unas clavijas y lograba el milagro de conectarnos con otra ciudad.
Inevitable consignar que esas empresas telefónicas municipales eran pasto predilecto del reparto de “gobernabilidad” –que ahora llama el vulgo mermelada– con que los funcionarios nombrados a dedo alcanzaban un precario equilibrio para intentar administrar el erario, igualitico que ahora. Y si lo traigo a colofón es precisamente porque la llegada del celular nos sustrajo del manejo amañado y el pésimo servicio prestado por esas Cuevas de Rolando en que convirtieron a tales entes. Y así recibimos con salva de aplausos a las compañías del negocio de la comunicación virtual.
No sospechamos siquiera que lo que llegó a resolver una tragedia de la corrupción iba a terminar en que viven aislados, absortos y tontos, con el aparatico siempre sobre el cuerpo, en la mesa de noche, un cubierto más en las mesa. Y a una vibración o sonido del celular la mayoría de las personas saltan a responder sin la mínima decencia de excusarse y levantarse del sitio, hablan a gritos (no lo he podido entender) y si les pides que lo apaguen durante la reunión, notas un cambio de semblante, un desencaje del rostro como el de aquel que acaba de recibir una horrible noticia.
Entonces ya en casa no se conversa ni se comparte como antes y los programas familiares dan grima: he visto en la playa a siete personas de una misma familia enterradas en su pantalla sin siquiera conversar entre ellos. Y así se acuestan las parejas de hoy: cada uno aprovecha ese tiempo que debe ser de intimidad y regocijo para desatrasar o adelantar trabajo (pobres subalternos y si no que lo digan los exministros de Uribe), devolver llamadas o revisar los cientos de memes y videos que han recibido durante el día. La camaradería de la habitación de pareja murió aplastado por la “urgencia” posmoderna: revisar o responde el celular.
Y lo peor de todo, además de estimular el crecimiento anómalo de células por efecto de las microondas sobre la parte del cuerpo donde lo cargan todo el día, está considerado uno de los aparatos más infecciosos por las mala costumbre de los usuarios de no lavarse las manos al terminar sus necesidades estomacales (E-coli a la lata) y nunca asear las pantallas que manosean todo el día, dejando allí las bacterias que recogen. Llegada a estas alturas de la suciedad prefiero regresar a recordarles que nada reemplaza la conversación cara a cara, donde puedes percibir las emociones del otro y logras conectarte con sus sentimientos.