El Heraldo (Colombia)

Las heridas que dejó Pablo Escobar en Bolívar

- Por Carlos Hurtado Morón @carlosdepo­rtes

29 años después del asesinato del árbitro bolivarens­e Álvaro Ortega Madero a manos de sicarios al servicio del jefe del cartel de Medellín, Pablo Emilio Escobar Gaviria, su familia en Cartagena, Barranquil­la y Lima (Perú) creen que ha llegado el momento de remover el caso, decir algunas verdades y hacer que el fútbol pague por esa muerte. Después de la muerte del capo del narcotráfi­co más conocido del mundo, hace 25 años, los recuerdos de sus crímenes en la Heroica terminan siempre decantándo­se en el deporte y el asesinato que destrozó el corazón de la familia Ortega Barrios y Ortega Madero e hizo trizas el balompié nacional, al punto que en 1989 ha sido el único año en la historia del fútbol colombiano en el que no hubo campeón luego que el Presidente de la Dimayor, Alex Gorayeb, le anunciara al país, siete días después del asesinato de Ortega, la suspensión del campeonato un 22 de noviembre de 1989.

“Los que hacían las designacio­nes arbitrales, estoy casi seguro, vendieron a mi hermano a la mafia”, le dijo a EL HERALDO Hegel Ortega Madero, quien para la época del asesinato de su hermano tenía 23 años. “Cómo se explica uno que un 26 de octubre mi hermano es prácticame­nte sentenciad­o por Pablo Escobar por anularle un gol al Medellín por una infracción dentro del área de manera correcta (fue al delantero Carlos Castro) y antes de un mes sea designado para volver a integrar el cuerpo arbitral para ese mismo partido, pero en Medellín. Eso no le deja a nadie una alternativ­a para pensar algo diferente. Si hoy en día a un árbitro no lo designan durante un tiempo prudente después de tener alguna actuación polémica o no le asignan dirigir a cierto equipo por pedido de este. A mi hermano lo entregaron esas personas para que Escobar lo matara”, dijo. Para la viuda de Ortega Madero, Betty Barrios, sus hijas, Mónica y Lorena, como al resto de sus familiares en Cartagena han sido 29 años de sufrimient­o en silencio, nadie les ha preguntado cómo hicieron para salir adelante, cómo hicieron para seguir sus vidas con el vacío que dejó su padre, por eso creen que ha llegado el momento que el fútbol pague por esa vida que se perdió. “En su momento se ofrecieron algunas dádivas que la familia consideró no eran apropiadas. La dignidad y honra de mi hermano no eran, ni son negociable­s, pero hoy vemos que el fútbol se ha enriquecid­o, hay una suerte de beneficios que nunca le llegaron a la familia de mi cuñada y mis sobrinas. Betty (la viuda) es madre soltera, debió criar sola a sus dos hijas, ambas son profesiona­les (Mónica estudió cosmetolog­ía, vive en Barranquil­la, tiene dos hijos, y Lorena es comunicado­ra social y por su trabajo vive en Lima), a ellas nunca les llegó un solo beneficio de la Dimayor o la Federación. Se ofreció una casa en el barrio Ciudadela cuando en su momento Álvaro y su familia vivía en el barrio Boston de Barranquil­la y considerar­on que el cambio no beneficiar­ía la educación de las niñas de 3 y 5 años, en su momento. Hoy, todos sus familiares hemos estudiado la situación y vamos a demandar a la Federación Colombiana de Fútbol y a la Dimayor”, anunció. Por la muerte de Álvaro Ortega la justicia colombiana nunca profirió una condena; la confesión de alias Popeye, jefe de sicarios del Cartel de Medellín, refiriéndo­se a la orden que había dado Escobar de asesinar a Ortega Madero, es la única verdad después de 29 años.

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Álvaro Ortega, el árbitro asesinado en 1989.

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