Sobre los andenes
La semana pasada fui contactado por EL HERALDO para que expresara mi opinión sobre las tareas pendientes que tiene el Distrito en cuanto al espacio público de la ciudad. En la nota, que salió publicada el domingo, resalté la importancia de los avances que ha tenido Barranquilla durante los últimos años, fundamentalmente por la notable recuperación de sus parques, a las adecuaciones derivadas de la canalización de los arroyos y a la construcción del malecón sobre el río Magdalena, que cuando sea terminado se constituirá en la obra de espacio público más relevante que hayamos concebido en las últimas décadas. Todas son sin duda intervenciones importantes que enriquecen nuestra calidad de vida y que afortunadamente han sido ejecutadas y puestas en marcha. Sin embargo, a la hora de hacer balances, seguimos en deuda con el espacio público más representativo de todos: el andén.
En muchos escenarios he podido comprobar que el andén no se entiende como parte fundamental del espacio público. Incluso en el decreto 1504 de 1998 que reglamenta el manejo del espacio público en los planes de ordenamiento territorial, y en la Política Nacional de Espacio Público (documento Conpes 3718), se limita la definición de espacio público efectivo únicamente a las zonas verdes, parques, plazas y plazoletas. Es por eso que los andenes no hacen parte de las cuentas que permitirían llegar a cumplir con el indicador de espacio público por habitante de 15m², la meta que dicho Conpes se ha propuesto. Tal omisión es incomprensible.
Por lo andenes transcurre la ciudad. Jane Jacobs, en su legendaria obra Muerte y vida de las grandes ciudades americanas, menciona que es en los andenes donde se llevan a cabo la mayoría de los intercambios que propician la existencia de comunidades exitosas, dinámicas y seguras, constituyéndo- se así en los instrumentos centrales para mantener el orden citadino. De hecho, sugiriendo miradas más polémicas, alcanza a criticar la naturaleza de ciertos parques, definiéndolos como unos premios de consolación que eventualmente, pero no siempre, alcanzan a compensar las carencias que impone la ausencia de andenes funcionales. Jacobs no está sola en sus pensamientos. El nuevo urbanismo ha retomado las ideas de la autora y ha logrado llamar de nuevo la atención sobre los errores de la planeación urbana que brinda prelación a los automóviles y a los espacios cerrados y controlados.
Los andenes en nuestra ciudad, con algunas valiosas excepciones, no facilitan los intercambios sociales que menciona Jacobs y que defienden los urbanistas contemporáneos, ni siquiera permiten caminar con comodidad. Por esa razón se deben emprender acciones que poco a poco permitan revitalizar y poner en valor ese componente fundamental de la vida urbana. Se necesitan andenes amplios, homogéneos, con sombra y con algunos nodos de atracción comercial que inviten a usarlos. Ya demostramos que somos capaces de enfrentar y superar retos que creíamos insalvables, vale la pena entonces dignificar los andenes barranquilleros.