Empate técnico
La estrategia de la derecha para que dejáramos de hablar de Odebrecht-Sarmiento y de las impurezas éticas del fiscal Martínez resultó parcialmente efectiva. Es cierto que todos hablamos del video de los billetes y que el cínico mayor se libró de los palos, o por lo menos tuvo tiempo para atrincherarse en el búnker a planear sus maniobras evasivas, pero luego de los días la sensación general regresa poco a poco a lo que los hechos y los antecedentes demuestran: el fiscal es un tipo impresentable y Petro es uno honesto.
Y es que existe una diferencia insoslayable entre ser el abogado del sospechoso fulano más rico del país y al mismo tiempo defender los intereses de su cliente desde el Estado, a ser la persona que más ollas podridas ha destapado en la historia reciente de este país de ollas podridas. Una es la historia de la corrupción que lo domina todo y la otra es la del afán por revelarla.
Esas diferencias, paradójicamente, determinan lo que pasará con estos dos hombres, grabados en secreto y luego expuestos por sus amigos, en el futuro cercano. Martínez, ya lo estamos viendo, permanecerá en un cargo para el cual es indigno, protegido por su jefe poderoso y por la clase política que necesita de su dinero; investigará a quienes revelaron su participación en episodios de corrupción que comprometen cifras millonarias, entre ellos al senador incómodo; y además continuará mintiendo, omitiendo, especulando y atacando para defenderse. Petro, por su parte, seguirá enfrentando, prácticamente a solas, a todas las fuerzas vivas y coleando del establecimiento: políticos, funcionarios, empresarios, periodistas, opinadores y delincuentes que desde hace tiempo han querido sacarlo del camino a punta de inhabilidades, multas impagables, denuncias rebuscadas, noticias falsas y todo tipo de estratagemas que tienen como objetivo principal que nunca pueda ser presidente.
corrupto campante y el honesto empapelado, parece ser la dinámica de este período de nuestra historia, en el cual por primera vez se han abierto espacios más o menos reales para cambiar esto tan tenebroso que hemos venido siendo.
Y mientras tanto la gente toma partido sin saber muy bien lo que pasa, con las pocas herramientas que les deja el ejercicio insuficiente de las redes sociales, o las voces insistentes de los columnistas de opinión, o la credibilidad que les generan sus noticieros favoritos de televisión. Y el país –si es que se le puede llamar así a la pequeña fracción que se ocupa de estos temas– se divide en dos facciones irreconciliables que se odian por cuenta de unos tipos que encarnan lo mejor a veces, lo peor a veces, esas dos caras opuestas que parecen necesitarse para que todos podamos existir.
Por el momento hay un empate técnico entre la indolencia y la trampa, representadas cabalmente por el fiscal y sus amigos, y el intento de cambiar de rumbo –todavía incipiente y minoritario– encarnado por el mejor senador que hayamos elegido nunca, encerrado en sí mismo, obligado por las circunstancias a debatirse entre la preocupación que le genera una lucha que a veces parece estéril y el enorme costo político que supone tener que defenderse cada cinco minutos de todo y de todos.