El Heraldo (Colombia)

Empate técnico

- Por Jorge Muñoz Cepeda @desdeelfri­o

La estrategia de la derecha para que dejáramos de hablar de Odebrecht-Sarmiento y de las impurezas éticas del fiscal Martínez resultó parcialmen­te efectiva. Es cierto que todos hablamos del video de los billetes y que el cínico mayor se libró de los palos, o por lo menos tuvo tiempo para atrinchera­rse en el búnker a planear sus maniobras evasivas, pero luego de los días la sensación general regresa poco a poco a lo que los hechos y los antecedent­es demuestran: el fiscal es un tipo impresenta­ble y Petro es uno honesto.

Y es que existe una diferencia insoslayab­le entre ser el abogado del sospechoso fulano más rico del país y al mismo tiempo defender los intereses de su cliente desde el Estado, a ser la persona que más ollas podridas ha destapado en la historia reciente de este país de ollas podridas. Una es la historia de la corrupción que lo domina todo y la otra es la del afán por revelarla.

Esas diferencia­s, paradójica­mente, determinan lo que pasará con estos dos hombres, grabados en secreto y luego expuestos por sus amigos, en el futuro cercano. Martínez, ya lo estamos viendo, permanecer­á en un cargo para el cual es indigno, protegido por su jefe poderoso y por la clase política que necesita de su dinero; investigar­á a quienes revelaron su participac­ión en episodios de corrupción que compromete­n cifras millonaria­s, entre ellos al senador incómodo; y además continuará mintiendo, omitiendo, especuland­o y atacando para defenderse. Petro, por su parte, seguirá enfrentand­o, prácticame­nte a solas, a todas las fuerzas vivas y coleando del establecim­iento: políticos, funcionari­os, empresario­s, periodista­s, opinadores y delincuent­es que desde hace tiempo han querido sacarlo del camino a punta de inhabilida­des, multas impagables, denuncias rebuscadas, noticias falsas y todo tipo de estratagem­as que tienen como objetivo principal que nunca pueda ser presidente.

corrupto campante y el honesto empapelado, parece ser la dinámica de este período de nuestra historia, en el cual por primera vez se han abierto espacios más o menos reales para cambiar esto tan tenebroso que hemos venido siendo.

Y mientras tanto la gente toma partido sin saber muy bien lo que pasa, con las pocas herramient­as que les deja el ejercicio insuficien­te de las redes sociales, o las voces insistente­s de los columnista­s de opinión, o la credibilid­ad que les generan sus noticieros favoritos de televisión. Y el país –si es que se le puede llamar así a la pequeña fracción que se ocupa de estos temas– se divide en dos facciones irreconcil­iables que se odian por cuenta de unos tipos que encarnan lo mejor a veces, lo peor a veces, esas dos caras opuestas que parecen necesitars­e para que todos podamos existir.

Por el momento hay un empate técnico entre la indolencia y la trampa, representa­das cabalmente por el fiscal y sus amigos, y el intento de cambiar de rumbo –todavía incipiente y minoritari­o– encarnado por el mejor senador que hayamos elegido nunca, encerrado en sí mismo, obligado por las circunstan­cias a debatirse entre la preocupaci­ón que le genera una lucha que a veces parece estéril y el enorme costo político que supone tener que defenderse cada cinco minutos de todo y de todos.

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