¡Un rumbero por favor!
Escojan ustedes qué ven en el periodista: ¿La seriedad inconmovible de un notario que escucha, consigna lo escuchado, firma y sella? ¿O más bien el periodista que actúa como juez: recoge información de las dos partes, del acusador y del acusado; la transmite a sus receptores y concluye: es inocente o es culpable? Bueno, no en esos tajantes términos, sino cargando las tintas sobre uno o sobre otro. ¿He descrito así este oficio?
Hay un tercer término de comparación: el de esos personajes de café que entre tinto y tinto, o entre trago y trago hablan sin parar y cuentan lo último que han oído o lo primero que se les ocurre sobre personas conocidas, o sobre los hechos que a todos intrigan, o sobre las noticias que dominan en el ambiente, desde el chisme ligero hasta la versión picante o calumniosa. ¿A cuál de estas categorías se parece más el periodista que usted conoce?
Ahora les propongo otro ejercicio antes de escoger entre los tres modelos descritos, cuál de ellos sería el ideal para salir del enredo que se ha formado con las últimas noticias sobre la firma constructora capaz de corromper a diestro y siniestro con sus dólares. A esto se agregan la presencia y las revelaciones de un investigador que descubre lo que muchos querían ocultar, y la del fiscal, amigo de ese investigador que le comparte sus hallazgos. Y como factor de complejidad, la muerte de ese investigador seguida por la muerte de su hijo por envenenamiento. Cuando todo esto forma un nudo informativo que se discute con más pasión que inteligencia, aparece, inesperadamente, un documento acusador contra un líder político. La opinión –sorprendida ante el calibre del nuevo hecho– parece olvidar los anteriores, de modo que en esta espesa selva de noticias cabe preguntar: ¿a quién escogería usted como guía: al periodista notario, al periodista juez o al sabelotodo del café?
Porque no basta que le cuenten qué pasó, ni que se lo digan con libreto para una sentencia final, ni para que lo entretengan como en una novela por capítulos, con nuevos datos todos los días. Usted quiere entender, porque a eso se refiere su derecho a la información. Y entender no es lo que logra la tecnología, que convierte la información en un ejercicio de ver y oír pero no de pensar, porque el pensamiento requiere tiempo. Entre el hecho y el que recibe debe haber un intermediario, el periodista, pero no solo para que cuente según sus preferencias y sentimientos; sino para que interprete y haga entender.
A la necesidad de un intérprete y guía, el periodismo colombiano debe responder hoy con una independencia tal que libere su actividad de partidismos y emociones; con un conocimiento suficiente para poner en orden todas las piezas, y con una sabiduría que lo capacite para servir de rumbero.
Los rumberos son esos guías que en la selva amazónica descubren caminos seguros donde los demás solo ven una impenetrable espesura. Y Colombia se ha vuelto una selva en donde los rumberos son necesarios.