El Heraldo (Colombia)

Cuando el Fiscal se corrompe

- PorAlberto Martínez

Por qué poner en estas al país, señor Fiscal? Usted dice ser un hombre probo. Y los antecedent­es judiciales lo ayudan.

No obstante las sutilezas mediáticas, hay quienes abogan por usted y dicen que es uno de los juristas más prestantes que hay en el país.

Algunos colegas muestran sus ires y venires en el Estado y el ejercicio del derecho, y por ahí andan mostrando los muchos bufetes que en ese trance creó para representa­r a grandes organizaci­ones empresaria­les ante el gobierno que dejaba. Pero otros legitiman su accionar. De algo debía vivir, argumentan.

No faltan los que, con perversión, argumentan que usted iba a poner preso a un amigo que tuvo la valentía de hacerle una confesión, para salvar el pellejo; pero quienes lo conocen advierten que nunca cometería una traición semejante.

Debería, entonces, ratificar todo eso.

Un funcionari­o de su jerarquía no puede permitirse ningún asomo de sospecha. Su función de investigar y acusar, debe estar limpia.

En su investidur­a no reposa solo la estructura misional de la entidad, sino todo el sistema acusatorio y probatorio de la administra­ción de justicia.

Por sus resortes pasan la verdad procesal, que en ocasiones es la única que queda a los ciudadanos para resarcir sus derechos.

En definitiva, usted encarna una sal que no se puede corromper, porque si lo hace, como en el pasaje bíblico, ¿qué nos queda?

Es claro el poder que la asigna la Constituci­ón aunque es mucho más elocuente la confianza que debe garantizar ante los ciudadanos que le siguen.

Si ha violado o no la Carta Política, es un asunto que deberán resolver los tribunales que están por encima del suyo. Ahora bien: de lo que sí no hay la menor duda es del agotamient­o de la fe de los colombiano­s.

Ahí está. Si los usuarios de la función fiscalizad­ora no creen en su Fiscal, entonces no denuncian; y si no hay denuncia, no hay investigac­ión o al menos no hay dolientes para ella; y sin investigac­ión, definitiva­mente no hay justicia.

El riesgo es que la sociedad, toda, entre en un mar de impunidad, en el que ahora navegarán a su antojo los delincuent­es.

¿Ve? La sal está corrompida.

No voy a entrar en los detalles del caso. Insisto en que eso lo tendrán que resolver sus jueces naturales. Tampoco voy a caer en los manoseos a la intimidad familiar, la suya y la de los Pizano, que suficiente tienen con el trance por el que pasan. Menos me verán cayendo en el juego de los detractore­s, que se rasgan las vestiduras en su afán por obtener un gran trofeo político.

Pero no estuvo bien eso del fiscal ad hoc. De nuevo, mire en las que tiene el país y, de paso, al presidente Iván Duque.

No anteponga vanidades, que usted es un hombre de ley; no despliegue el ego del poder, que los cargos pasan y las dignidades quedan. Salve la suya. Aún está a tiempo. Y renuncie.

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