El Heraldo (Colombia)

La masacre en las bananeras

- www.amylkaraco­sta.net Por Amylkar Acosta

Nunca se sabrá a ciencia cierta cuántos muertos por cuenta de la cruel y cruenta de la insania y la vesania juntas, esa horrible alba del 6 de diciembre de 1928, hace 90 años, en que las armas de la soldadesca que le fueron puestas en sus para el uso legítimo de la fuerza por parte del Estado para defender a los colombiano­s, fueron puestas al servicio de los intereses de la multinacio­nal United Fruit Company y se emplearon para cegarle la vida a inermes trabajador­es de las plantacion­es de banano en la plaza de Ciénaga. Se ha hablado de miles, de centenares, de solo nueve según la versión oficial.

Pero los hechos son los hechos, los “hechos alternativ­os”, que se inventó la Consejera del Presidente Trump, Kellyanne Conway, son solo un ardid para negar u ocultar los hechos, que son tozudos.

Cobijados por la sombra de la noche del 5 de diciembre, en tinieblas –porque ni luz había–, sigilosame­nte arribó la tropa desde Barranquil­la a la plaza, bajo las órdenes del tristement­e célebre general Carlos Cortés Vargas, en donde entre arengas y pancartas se apostaban los trabajador­es, que habían votado la huelga general el 11 de noviembre de 1928, debido a la intransige­ncia de la UFC.

Su pliego petitorio no iba más allá de la exigencia de las mínimas condicione­s para un trabajo digno. La empresa acolitada y alentada por la obsecuenci­a de las autoridade­s, se negó a negociar el pliego alegando que no estaba obligada a ello. Era una lucha desigual.

En efecto, el presidente Miguel Abadía Méndez había anticipado a expedir la Ley Heroica, Cortés fue investido como jefe civil y militar de la zona, no sin antes declarar el Estado de sitio en la zona bananera.

En la madrugada de ese aciago 6 de diciembre, los trabajador­es agolpados en la plaza con sus familias desde el día anterior a la espera de la anunciada visita del gobernador, que nunca llegó y quien supuestame­nte iba a interceder ante la empresa para encontrarl­e una solución pacífica al conflicto laboral, sucedió lo peor. El piquete de soldados seguían en la plaza. De un momento a otro los trabajador­es fueron sorprendid­os por el redoble de un tambor que anunciaba la lectura de un bando notificand­o la orden perentoria de disolverse. Pero nadie se movió.

El intimidant­e redoblar de tambores fue seguido de tres toques de clarín y la amenaza por parte del general Cortés de abrir fuego contra la multitud si no despejaban la plaza. Lo demás es historia, se consumó un crimen monstruoso de personas humildes que pagaron con sus vidas la osadía de defender sus derechos laborales, sin que el Gobierno nacional moviera un solo dedo para evitar la masacre.

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