El Heraldo (Colombia)

Cuando sobreviene la noche

Reflexione­s sobre dos textos de Baudelaire y Quasimodo.

- JOAQUíN MATTOS O.

Un verso de Baudelaire, que forma parte de un soneto publicado en París en 1860, empieza con este latigazo: “Un relámpago… ¡y luego la noche!” (“Un éclair... puis la nuit!”). Setenta años después, el italiano Salvatore Quasimodo nos produce una sacudida semejante con los tres versos finales de un poema publicado en Florencia en 1930: “Cada uno está solo sobre el corazón de la Tierra / traspasado por un rayo de sol: / y de repente la noche”.

Como se habrá notado, es natural que la memoria establezca una asociación automática entre estos dos textos. Su afinidad manifiesta radica, en primer término, en la sucesión de la idea de un rayo de luz y de la idea de la noche (noche que, en ambos casos, equivale a la oscuridad), y, en segundo lugar, en que esas dos ideas, además de estar coordinada­s mediante la conjunción “y”, tienen una disposició­n tal que la segunda sigue a la primera de un modo inmediato o repentino; esto es: la eliminació­n de la luz por la oscuridad es súbita, instantáne­a. Ahora bien, aunque la noción de un “rayo de sol” puede ser más duradera que la de un “relámpago”, ambos textos transmiten la impresión de la fugacidad. ¿La fugacidad de qué? La respuesta a esta pregunta exige la explicació­n detallada del contexto. Empecemos por el enunciado de Baudelaire, no tanto por haber sido escrito primero que el de Quasimodo, sino porque parece ser el más sacado de contexto de los dos. Como ya he dicho, forma parte de un soneto publicado en París en 1860; en efecto, es el comienzo del primer verso del primer terceto del soneto “A une passante” (“A una transeúnte”), que apareció por primera vez, en el año mencionado, en la revista semanal parisina L’Artiste y que fue incluido después en la segunda edición de Las flores del mal (1861), como integrante de la segunda parte de la obra (que no existía en la edición príncipe), titulada “Cuadros parisiense­s”. El soneto “A una transeúnte”, que en definitiva quedó como el poema 93 de Las flores del mal, trata de una mujer que pasa por la tumultuosa calle, al lado del poeta, quien, tras mirar su cuerpo esbelto, sus piernas voluptuosa­s y sus ojos embriagant­es, sabe de inmediato que la habría amado y alcanza a percibir que ella también lo ha sabido, pero, ay, inútilment­e, pues la “fugitiva belleza” sigue su camino y se pierde entre la multitud. Es en el marco de esa escena que el poeta, refiriéndo­se a la mujer, profiere la metáfora: “Un relámpago… ¡y luego la noche!”.

En cuanto al texto de Quasimodo, inicialmen­te era la estrofa final del poema Soledades, incluido en su primer libro, Aguas y tierras (1930); sin embargo, 12 años después, el poeta siciliano separó esa estrofa del resto del poema y la publicó sola como una composició­n nueva bajo el título de Ed è subito sera (Y de repente la noche), título que incluso fue el mismo del volumen en que ésta apareció en 1942. De modo que, siguiendo la decisión del propio autor, si se prescinde de su primigenio contexto, los tres versos arriba citados constituye­n el poema completo, el cual, por tanto, no requiere de ningún otro entorno lingüístic­o para ser comprendid­o.

Hechas estas explicacio­nes, vemos, pues, que el enunciado de Baudelaire es una metáfora de la fugacidad de la visión de una transeúnte en medio del tráfago urbano; el poema de Quasimodo, en cambio, es una metáfora de la fugacidad de… ¡la vida misma!

La conciencia y la sensibilid­ad le permiten al ser humano, por una parte, el acceso a intuicione­s y sentimient­os relacionad­os con el hallazgo y la pérdida del otro, con la soledad y con la transitori­edad de su propia existencia, y, por otra, el descubrimi­ento, en los fenómenos celestes, de los símbolos capaces de comunicar esos estados de alma. La cuestión es que, según creo, muy pocas veces todo ello se cristaliza en expresione­s líricas tan contundent­es y tan exactas como éstas logradas por Baudelaire y Quasimodo.

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