Cogerla suave
Apesar de que en este espacio he escrito en varias ocasiones sobre los problemas de conducta a los que cotidianamente nos enfrentamos los barranquilleros, considero importante insistir en el tema. Me refiero a las pequeñas agresiones, que ya por cansancio y costumbre no parecen importarnos mucho cuando no nos suceden a nosotros mismos, pero que están ahí con la capacidad de arruinarle el momento a cualquiera. Varias veces al día me encuentro siendo testigo de tales comportamientos, abarcando casi todos los aspectos de las relaciones e intercambios sociales. Hay que ver lo mucho que nos cuesta seguir alguna instrucción o regla, lo fácil e impune que resulta violar cualquier norma.
Cuando converso con alguien sobre este asunto, la respuesta más común que recibo trata de achacarle todo a la falta de educación. Se entiende que las personas educadas, y vaya uno a saber quiénes lo son en realidad, no se comportan así, como si solo los maleducados se atreven a tirar un papel a la calle o a irrespetar un puesto en una fila. En esos casos suelo contestar que aún en los entornos más sofisticados de nuestra ciudad, donde me encuentro rodeado de gente que supongo educadísima, son también comunes las malas conductas y la patanería. Ni hablar de los delitos mayores, especialmente los desfalcos públicos, muchas veces perpetrados por gente muy instruida, inteligente y capaz. Quizá entonces, no es necesariamente la falta de educación lo que nos tiene tan postrados, o mejor: no le corresponde a esa carencia toda la culpa de las arbitrariedades que menciono.
Creo que tenemos que establecer un compromiso más decidido con la ley y las normas sociales de convivencia (de toda índole), pero sobre todo, reclamar más consecuencia con las implicaciones que conlleva no cumplirlas. Los niveles de impunidad en los que nos manejamos no incentivan el respeto por los demás, banalizan las faltas y las convierten en anécdotas. Hace poco el director de este diario denunció en una red social la impertinencia de una persona que bloqueó la salida vehicular de un edificio, y que luego reaccionó mediante risas y chanzas ante su imprudencia. Si fuese un hecho aislado valdría la trivialización por parte del ofensor, pero eso pasa en cada esquina y a cada minuto en nuestra ciudad, entorpeciéndonos el diario vivir y propiciando no pocos escenarios de conflicto. Ejemplos como ese hay miles.
El valioso e ineludible esfuerzo por educarnos debe acompañarse de un esfuerzo similar en el control. El correcto equilibrio de ambas acciones facilitará que se generen los cambios que nos permitirán contar con una mejor y más pacífica convivencia entre nosotros. Podemos empezar por reprobar de manera más evidente las acciones indebidas. Acudiendo al argot popular que da título a esta columna, es válido y a veces terapéutico cogerla suave, pero no siempre y no tanto. moreno.slagter@yahoo.com @Morenoslagter