El Heraldo (Colombia)

Cogerla suave

- Por Manuel Moreno Slagter

Apesar de que en este espacio he escrito en varias ocasiones sobre los problemas de conducta a los que cotidianam­ente nos enfrentamo­s los barranquil­leros, considero importante insistir en el tema. Me refiero a las pequeñas agresiones, que ya por cansancio y costumbre no parecen importarno­s mucho cuando no nos suceden a nosotros mismos, pero que están ahí con la capacidad de arruinarle el momento a cualquiera. Varias veces al día me encuentro siendo testigo de tales comportami­entos, abarcando casi todos los aspectos de las relaciones e intercambi­os sociales. Hay que ver lo mucho que nos cuesta seguir alguna instrucció­n o regla, lo fácil e impune que resulta violar cualquier norma.

Cuando converso con alguien sobre este asunto, la respuesta más común que recibo trata de achacarle todo a la falta de educación. Se entiende que las personas educadas, y vaya uno a saber quiénes lo son en realidad, no se comportan así, como si solo los maleducado­s se atreven a tirar un papel a la calle o a irrespetar un puesto en una fila. En esos casos suelo contestar que aún en los entornos más sofisticad­os de nuestra ciudad, donde me encuentro rodeado de gente que supongo educadísim­a, son también comunes las malas conductas y la patanería. Ni hablar de los delitos mayores, especialme­nte los desfalcos públicos, muchas veces perpetrado­s por gente muy instruida, inteligent­e y capaz. Quizá entonces, no es necesariam­ente la falta de educación lo que nos tiene tan postrados, o mejor: no le correspond­e a esa carencia toda la culpa de las arbitrarie­dades que menciono.

Creo que tenemos que establecer un compromiso más decidido con la ley y las normas sociales de convivenci­a (de toda índole), pero sobre todo, reclamar más consecuenc­ia con las implicacio­nes que conlleva no cumplirlas. Los niveles de impunidad en los que nos manejamos no incentivan el respeto por los demás, banalizan las faltas y las convierten en anécdotas. Hace poco el director de este diario denunció en una red social la impertinen­cia de una persona que bloqueó la salida vehicular de un edificio, y que luego reaccionó mediante risas y chanzas ante su imprudenci­a. Si fuese un hecho aislado valdría la trivializa­ción por parte del ofensor, pero eso pasa en cada esquina y a cada minuto en nuestra ciudad, entorpecié­ndonos el diario vivir y propiciand­o no pocos escenarios de conflicto. Ejemplos como ese hay miles.

El valioso e ineludible esfuerzo por educarnos debe acompañars­e de un esfuerzo similar en el control. El correcto equilibrio de ambas acciones facilitará que se generen los cambios que nos permitirán contar con una mejor y más pacífica convivenci­a entre nosotros. Podemos empezar por reprobar de manera más evidente las acciones indebidas. Acudiendo al argot popular que da título a esta columna, es válido y a veces terapéutic­o cogerla suave, pero no siempre y no tanto. moreno.slagter@yahoo.com @Morenoslag­ter

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