Tamal de hojas
Llegó diciembre, y con él, los días para disfrutar de ciertos placeres. Por esas cosas maravillosas de la predestinación y las herencias ancestrales, para nosotros, los nativos del Caribe, es el tiempo en que la hayaca, nuestra versión del tamal, acaba con los propósitos dietéticos que hemos tratado cumplir a lo largo del año. Una hayaca, un buen tamal, siempre son una provocación irresistible; una especie de regalo cuyo embalaje ya sugiere el universo gastronómico guardado en su interior. Cuando abrimos un tamal buscamos la delicada sensación que produce la fusión de las texturas y sabores que él encierra; todos sabemos del éxtasis a que lleva la sublime combinación del pollo bien sazonado y el lujurioso pedacito de tocino, con la papa, la zanahoria, las especias y verduras que se funden en la masa de maíz. Nadie podría imaginar una hayaca, o un tamal, sin la irrupción paradisíaca de los sabores del mestizaje latinoamericano que estallan en el paladar provocando una juerga de sensaciones.
Quizá por esto resulta tan significativa, tan ocurrente como certera, una metáfora utilizada por el polémico analista Gilberto Tobón Sanín –“profesor, abogado y filósofo / pensionado y ciudadano descontento” como se define en Twitter–, que bien podría representar lo que muchos colombianos piensan hoy del presidente de la República. Ha dicho Tobón Sanín que “el presidente que tenemos es un tamal de hojas, es un muñeco de plastilina que lo fabricó Uribe en cuatro años”. En efecto, esa imagen de un tamal que no tenga en su interior más que hojas, sería una noción patente de lo inservible; algo así como la evidencia de aquello que percibimos como un fiasco. Antioqueño de pura cepa, en cuanto a sus convicciones Tobón tiene el mismo apasionamiento que distingue a sus paisanos y asume su versión de la verdad –muy crítica en lo que se refiere a la realidad del país– con un humor bastante bruno.
De cualquier modo, podría creerse que el presidente es un buen muchacho; un hombre al que “resulta injusto que se pretenda desdibujar su imagen haciéndolo aparecer como un liviano frivolón”, según dijo un columnista en su defensa. Si no lo fuera, ya habría caído en desgracia con sus mentores implacables e irritables. Lo cierto es que, bonachón o guapetón (lo que le dio muchos votos), eso no basta para gobernar convenientemente el país del Sagrado Corazón. Sus más de diez millones de obstinados electores no parecieron darse cuenta de que a Duque aún “le faltan dos hervores”, expresión que Tobón utilizó meses antes de su elección y que hoy parece confirmarse. No se explica de otra forma que en el tiempo en que ha estado en el poder haya ido de tumbo en tumbo de forma tan progresiva. Con sus distintos y continuos desaciertos, hoy sumados al revés de la terna de candidatos presentados a fiscal ‘ad hoc’, y al cuestionado nombramiento del director del CNMH, ciertamente el presidente comienza a parecer un tamal de hojas. berthicaramos@gmail.com