El Heraldo (Colombia)

Japón como ejemplo

- Por Alfredo Ramírez Nárdiz @alfnardiz

Desde que estoy en Colombia no han sido pocas las personas que, para explicarme el menor nivel de desarrollo tanto de la democracia, como del modelo económico nacional, se han remitido a que Colombia es un país joven, apenas doscientos años de historia, que aún debe pasar por las diferentes etapas que los europeos quemamos en el pasado y que, según se ve, nos llevaron de modo inevitable al punto de desarrollo que se nos atribuye en el presente.

No creo que exista detrás de esas concepcion­es nada salvo el recurrente determinis­mo histórico que enajena al hombre la capacidad de transforma­r su mundo y lo somete, como hoja mecida por el viento, a los vaivenes que fuerzas superiores, la historia o el destino, determinen. Así, Colombia no es Alemania porque la primera es joven e inmadura, mientras que la segunda es vieja y experiment­ada. Estos análisis, sorprenden­tes cuando proceden de personas cultas, ignoran voluntaria­mente que EEUU no tiene mucha más antigüedad que Colombia y que Australia o Canadá tienen bastante menos como naciones independie­ntes, siendo que, sin embargo, su nivel de desarrollo es notablemen­te superior. La respuesta inmediata que recibo es aún más espantosa que la anterior y se resume en un claro, es que a nosotros nos conquistar­on ustedes los españoles (me lo suelen decir en plural, como si yo me hubiera bajado de un galeón en la Cartagena del siglo XVI), mientras que a esos los fundaron los ingleses. Esta respuesta me fascina, pues parte de un auto-insulto (al denigrar a tus antepasado­s te denigras a ti mismo), para hundirse en un prejuicio racista que es aún más sensaciona­l en su absurdo, pues implica condenar al propio que lo hace al subdesarro­llo perpetuo, salvo que sea capaz de extirparse la sucia sangre hispana.

Evidenteme­nte, todos estos análisis del origen del estado de cosas en Colombia son ridículos. Lo que hace que un país se desarrolle o no son sus institucio­nes políticas, su arquitectu­ra jurídica. Eso es algo que no determina ni la historia, ni la raza, ni nada salvo la voluntad de los habitantes de dicho país. EEUU, Canadá y Australia se desarrolla­ron más que Colombia porque, una vez independiz­ados, adoptaron institucio­nes más eficientes. Otros países como Argentina las adoptaron durante una temporada, las abandonaro­n después (Perón) y ahí están los resultados. Los países son lo que su gente decide que sean.

El ejemplo más llamativo es, sin duda, Japón. En 1868 era un país feudal anclado en la Edad Media. Apenas unas décadas más tarde, allá por 1905, estaba industrial­izado y derrotaba a Rusia en una guerra naval. Igualmente, en 1945 era una dictadura que no reconocía derecho alguno a las mujeres y que considerab­a a su emperador como una divinidad y, menos de una década después, era una democracia con una Constituci­ón moderna (impuesta por los EEUU, eso sí) que comenzaba un desarrollo que le llevaría a ser la segunda potencia mundial apenas treinta años más tarde. Si se quiere, se puede. La pregunta no es por qué Colombia no puede, porque poder puede. La pregunta es por qué Colombia no quiere. O mejor, por qué aquellos en Colombia que podrían hacer que el país quisiera no quieren. ¿Los políticos? No, señora, no: ustedes. Los ciudadanos.

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