Japón como ejemplo
Desde que estoy en Colombia no han sido pocas las personas que, para explicarme el menor nivel de desarrollo tanto de la democracia, como del modelo económico nacional, se han remitido a que Colombia es un país joven, apenas doscientos años de historia, que aún debe pasar por las diferentes etapas que los europeos quemamos en el pasado y que, según se ve, nos llevaron de modo inevitable al punto de desarrollo que se nos atribuye en el presente.
No creo que exista detrás de esas concepciones nada salvo el recurrente determinismo histórico que enajena al hombre la capacidad de transformar su mundo y lo somete, como hoja mecida por el viento, a los vaivenes que fuerzas superiores, la historia o el destino, determinen. Así, Colombia no es Alemania porque la primera es joven e inmadura, mientras que la segunda es vieja y experimentada. Estos análisis, sorprendentes cuando proceden de personas cultas, ignoran voluntariamente que EEUU no tiene mucha más antigüedad que Colombia y que Australia o Canadá tienen bastante menos como naciones independientes, siendo que, sin embargo, su nivel de desarrollo es notablemente superior. La respuesta inmediata que recibo es aún más espantosa que la anterior y se resume en un claro, es que a nosotros nos conquistaron ustedes los españoles (me lo suelen decir en plural, como si yo me hubiera bajado de un galeón en la Cartagena del siglo XVI), mientras que a esos los fundaron los ingleses. Esta respuesta me fascina, pues parte de un auto-insulto (al denigrar a tus antepasados te denigras a ti mismo), para hundirse en un prejuicio racista que es aún más sensacional en su absurdo, pues implica condenar al propio que lo hace al subdesarrollo perpetuo, salvo que sea capaz de extirparse la sucia sangre hispana.
Evidentemente, todos estos análisis del origen del estado de cosas en Colombia son ridículos. Lo que hace que un país se desarrolle o no son sus instituciones políticas, su arquitectura jurídica. Eso es algo que no determina ni la historia, ni la raza, ni nada salvo la voluntad de los habitantes de dicho país. EEUU, Canadá y Australia se desarrollaron más que Colombia porque, una vez independizados, adoptaron instituciones más eficientes. Otros países como Argentina las adoptaron durante una temporada, las abandonaron después (Perón) y ahí están los resultados. Los países son lo que su gente decide que sean.
El ejemplo más llamativo es, sin duda, Japón. En 1868 era un país feudal anclado en la Edad Media. Apenas unas décadas más tarde, allá por 1905, estaba industrializado y derrotaba a Rusia en una guerra naval. Igualmente, en 1945 era una dictadura que no reconocía derecho alguno a las mujeres y que consideraba a su emperador como una divinidad y, menos de una década después, era una democracia con una Constitución moderna (impuesta por los EEUU, eso sí) que comenzaba un desarrollo que le llevaría a ser la segunda potencia mundial apenas treinta años más tarde. Si se quiere, se puede. La pregunta no es por qué Colombia no puede, porque poder puede. La pregunta es por qué Colombia no quiere. O mejor, por qué aquellos en Colombia que podrían hacer que el país quisiera no quieren. ¿Los políticos? No, señora, no: ustedes. Los ciudadanos.