Lectura de un acuerdo
Los estudiantes tienen motivos de satisfacción por el resultado obtenido tras sus protestas. Pero el Gobierno también, por el tratamiento dado a un problema complejo heredado de anteriores administraciones.
Los estudiantes tienen motivos de satisfacción por el resultado del pulso sobre la educación. El presidente Duque también, porque supo manejar un complejo problema heredado.
El acuerdo alcanzado el viernes por el Gobierno y el movimiento estudiantil, que aumentará notablemente el presupuesto para la educación pública superior en los próximos cuatro años, constituye una buena noticia, más allá de las interpretaciones interesadas que algunos puedan hacer sobre las razones que propiciaron este desenlace. Es una buena noticia por tres motivos. Porque garantizará una importante inyección financiera a un sector fundamental para el desarrollo del país. Porque abre la puerta a la normalidad académica tras dos meses de paros y protestas. Y, no menos importante, por el hecho en sí de que se haya alcanzado el acuerdo: la foto del presidente Duque, rodeado de los líderes de la protesta, firmando el documento de compromiso en la Casa de Nariño, tiene una importante carga simbólica de conciliación en un país donde la polarización encarnizada lleva años marcando la agenda política. Habrá quienes hagan una lectura de lo ocurrido en clave de vencedores y vencidos, situando en el primer bando al movimiento estudiantil. Según esta versión, habría quedado además demostrado que solo mediante la acción en la calle es posible conseguir los objetivos en un país donde los gobernantes solo entienden los mensajes de fuerza. Creemos, sin embargo, que una visión desapasionada de lo sucedido entraña matices. Cuando empezaron las protestas, por ejemplo, dijimos en este espacio editorial que las reivindicaciones de los estudiantes eran razonables. Pero expresamos nuestras dudas de que el duro embate contra el Gobierno de Duque fuera oportuno y justo, en la medida de que llevaba solo tres meses en ejercicio y gestionando un presupuesto heredado del Ejecutivo anterior. Por otra parte, los estudiantes no han tenido enfrente a un adversario inmovilista, sino a un presidente que desde el primer momento expresó su respeto al derecho de protesta y ofreció un sustancial aumento en el presupuesto para la educación, mediante una generosa e inédita indexación de los incrementos anuales. Los estudiantes lo consideraron aún insuficiente; pero, con una Ley de Financiamiento menguada, el Gobierno lo tenía muy difícil para ofrecer más dinero. Al final se logró destrabar la negociación mediante un acuerdo con gobernadores y congresistas para reorientar hacia la educación importantes partidas procedentes de las regalías.
Los estudiantes tienen, sin duda, motivos de satisfacción por el resultado obtenido. Y el Gobierno también, por el tratamiento dado a un complejo problema heredado de anteriores administraciones. Tema aparte es el episodio de Popayán en que un estudiante perdió un ojo durante las protestas, y que la Policía debe aclarar para salvaguarda de su propia reputación.
Los estudiantes no tuvieron enfrente a un adversario inmovilista, sino a un presidente que desde el primer momento expresó su respeto al derecho de protesta y ofreció un sustancial aumento del presupuesto para la educación.