¿Gobierno sin partido o partido sin Gobierno?
Lo menos que espera un Presidente cuando resulta elegido es que su partido lo respalde. O que le haga pasito. El llamado “fuego amigo” no está en sus planes. A Duque con el Centro Democrático –o con varios de sus congresistas– le pasa como aquellos novios que no saben si lo quieren o lo desprecian. Y la razón para esa encrucijada en el alma tiene nombre propio: mermelada. El Presidente decidió en buena hora cambiar las reglas de juego con el Congreso, que pasaron durante muchos años por la compra de respaldo con puestos y contratos. Para que los proyectos de ley fueran aprobados por el Congreso sin mayores traumatismos solo había que untarles las manos a los congresistas con nombramientos y contratos. A Duque la decisión de cortar ese chorro le está costando sudor y lágrimas. Y los congresistas del Centro Democrático, que cuestionaban la mermelada cuando era ajena, ahora quieren para ellos una buena dosis de lo que antes criticaban. Por eso las relaciones de Duque con su partido son más traumáticas que fluidas, al tiempo que los demás congresistas –independientes y opositores– por pura conveniencia política y cálculo electoral, decidieron ponerle “freno de mano” a los proyectos oficiales. Ser partido de gobierno demanda una enorme responsabilidad política y requiere un mayor compromiso que el que se tiene cuando se ejerce la oposición. El Centro Democrático fue durante los ocho años del gobierno de Santos el partido opositor, ahora que debe ponerse la camiseta del Gobierno a algunos de sus congresistas les ha costado asumir su nuevo rol. Y sin duda ese comportamiento también ha afectado la gobernabilidad de Duque.