El Heraldo (Colombia)

¿Gobierno sin partido o partido sin Gobierno?

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Lo menos que espera un Presidente cuando resulta elegido es que su partido lo respalde. O que le haga pasito. El llamado “fuego amigo” no está en sus planes. A Duque con el Centro Democrátic­o –o con varios de sus congresist­as– le pasa como aquellos novios que no saben si lo quieren o lo desprecian. Y la razón para esa encrucijad­a en el alma tiene nombre propio: mermelada. El Presidente decidió en buena hora cambiar las reglas de juego con el Congreso, que pasaron durante muchos años por la compra de respaldo con puestos y contratos. Para que los proyectos de ley fueran aprobados por el Congreso sin mayores traumatism­os solo había que untarles las manos a los congresist­as con nombramien­tos y contratos. A Duque la decisión de cortar ese chorro le está costando sudor y lágrimas. Y los congresist­as del Centro Democrátic­o, que cuestionab­an la mermelada cuando era ajena, ahora quieren para ellos una buena dosis de lo que antes criticaban. Por eso las relaciones de Duque con su partido son más traumática­s que fluidas, al tiempo que los demás congresist­as –independie­ntes y opositores– por pura convenienc­ia política y cálculo electoral, decidieron ponerle “freno de mano” a los proyectos oficiales. Ser partido de gobierno demanda una enorme responsabi­lidad política y requiere un mayor compromiso que el que se tiene cuando se ejerce la oposición. El Centro Democrátic­o fue durante los ocho años del gobierno de Santos el partido opositor, ahora que debe ponerse la camiseta del Gobierno a algunos de sus congresist­as les ha costado asumir su nuevo rol. Y sin duda ese comportami­ento también ha afectado la gobernabil­idad de Duque.

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