El Heraldo (Colombia)

Violacione­s y desplazami­entos: el estigma de los Lgtbi en los Montes de María

Integrante­s de esta comunidad hablan de lo difícil que fue para ellos vivir en esa región durante el conflicto armado. “Esto no era un pueblo, era una cárcel”, recuerda Catalina, habitante de el Carmen de Bolívar.

- Por Ernesto Benavides

Cargar con el ‘Inri’ de ser víctima de abuso sexual siendo transgéner­o es algo con lo que ha tenido que luchar Mayalín Márquez Restrepo. Dice que ya no lo considera una cruz porque ha sabido hacer catarsis en medio del recuerdo que le dejó la profanació­n física que le hizo un uniformado de la Policía.

Todavía le resulta inverosími­l que, precisamen­te, la persona que se supone debía prestar seguridad terminó accediéndo­la cuando florecía su etapa de adolescent­e, hace 15 años en el Carmen de Bolívar (Bolívar), tiempo en el que el olor a sangre opacaba el aroma a campo por culpa del conflicto armado.

“No importa si fue brutal o no, el simple hecho de que tu no quieras algo y te obligan a hacerlo es grave”, sentenció.

Ella salió del anonimato de la peor manera porque a su cuerpo lo deshonraro­n. No se siente cómoda cuando se le pregunta por las circunstan­cias, hora y sitio exacto de la violación. Es más, prefiere que la conversaci­ón no sea grabada porque la intimida.

Esa intimidaci­ón no se compara con la que vivieron estas personas a principios del milenio cuando ser lesbiana, gay, bisexual o transexual era vivir bajo sospecha en medio del conflicto. Los paramilita­res y la misma autoridad siempre los miraban como apuntando con un arma. Declararse abiertamen­te diverso era casi una sentencia de muerte.

Una mañana cuando abrió la puerta de la casa encontró un panfleto en el que leyó la orden de marcharse del pueblo. Todavía no sabe si la expulsaron por la orientació­n sexual o por los simples guiones de la guerra, lo cierto es que vivir fichada era un sacrificio inmenso que no estaba dispuesta a asumir.

“Me vi obligada a irme de El Carmen de Bolívar hacia Barranquil­la porque si me quedaba en el pueblo me mataban”, contó la joven de 31 años.

Vivió una doble revictimiz­ación. Primero un miembro de la Fuerza Pública le quitó la hombría y luego los grupos al margen de la ley la expulsaron. Necesitó valor para reponerse y regresar hace algunos años a la tierra que la vio nacer, pero ahora con el pelo largo y suelto, la cara maquillada y accesorios que la hacen sentir bella y curada.

LA ‘TRANS’ EN UN PUEBLO CONVERTIDO EN CÁRCEL

Entre El Carmen y Chalán hay muchos kilómetros de distancia, pero además de compartir la subregión de los Montes de María estos pueblos tienen un renglón especial en el libro que reseña la violencia.

En medio de fotos y cifras está el crudo relato de la chica ‘trans’ Catalina Márquez, de 26 años. La inocencia de sus 11 años le fue arrebatada abruptamen­te en 2004 cuando un subversivo, al parecer de la entonces guerrilla de las Farc, la violó.

“No podíamos salir de la casa porque había orden de que a quien vieran en la calle a ciertas horas de la noche lo mataban. Vivíamos en constante amenaza. Esto no era un pueblo, era una cárcel”, rememoró sobre El Carmen.

¿Y qué se podía esperar de un pueblo en el que la guerrilla mató a 11 policías con un burro-bomba y asesinaron un cura?. Acorralar a la población Lgtbi era un acto más de las crudas acciones.

Dice no recordar claramente el acceso carnal. Lo que sí sabe es que su vida nunca más fue igual. Cuando creció y “se liberó” viajó constantem­ente a Cartagena por cuestiones laborales y para olvidar el sonido de las balas y el estigma al que fue condenada por ser diferente.

En su retorno, hace apenas algunos años, se dedicó a desarrolla­r el potencial de estilista. Junto a dos compañeras se gana la vida embellecie­ndo a los demás. Se han ganado el apodo de ‘muñecas’ aunque su vida no haya sido precisamen­te un juego de niñas.

Las heridas de bala convirtier­on a Eliécer en un héroe de las víctimas Lgbti La Ruta Montemaria­na, estrategia social que busca visibiliza­r a las víctimas Lgbti del conflicto armado en Bolívar y Sucre finaliza en Colosó, el pueblo fresco de casas de madera que perfectame­nte ubicadas conforman un pesebre real, ruta que se espera esté lista en agosto próximo, por ello, no se pueden entregar aún cifras de las víctimas. En una de ellas vive Eliécer Antonio Sierra, de 32 años. Se siente orgulloso de ser homosexual y activista social.

Actualment­e considera como un símbolo las heridas que sufrió por un proyectil en el año 2000. La bala le afectó la cara y la región lumbal. Tiene dificultad­es para hablar, pero eso no es impediment­o para hacerse sentir. Ser víctima lo impulsó a trabajar por la comunidad Lgbti con la ayuda de sicólogos. En 2001 se vio obligado a emigrar hacia Sincelejo por culpa de la guerrilla porque no estaba dispuesto a esconderse y reprimir su condición.

“Dejé mi casa por el intento de asesinato. Es muy duro tener que abandonar lo que tenemos, pero gracias a Dios sobreviví y hoy puedo trabajar por mi comunidad”, aseguró.

Lo hace de la mano de Luis Cuello García, representa­nte de las víctimas Lgbti. La gran cruzada de dicha población es darse a conocer, que existen, aunque las trabas les hagan recordar las huellas del horror.

“Lo más difícil ha sido recibir los apoyos económicos porque no hay voluntad política. Pero las luchas se van dando poco a poco y nosotros nos hemos ganado el reconocimi­ento de esa manera, de a poco”, indicó el joven.

Es oriundo de El Roble. Sufrió desplazami­ento en 2006 y desde entonces no ha sido reparado. Esa es otra de las luchas por la que a diario dan todo. La tardía reparación a la que tienen derecho por ser víctimas, pero que por falta de organizaci­ón y buena orientació­n no han llegado a la cima del logro.

LGBTI, VÍCTIMAS INVISIBILI­ZADAS

“En muchos escenarios no ha sido visibiliza­do el impacto negativo que tuvieron estas personas (Lgtbi) por el conflicto armado, especialme­nte en los Montes de María. Desafortun­adamente, hicieron parte del conflicto sin ser reconocido­s. Una paz sin el reconocimi­ento de la diversidad sexual no es paz”.

Habla Heriberto Mejía, delegado de la fundación Caribe Afirmativo, agremiació­n que busca proteger los derechos de los homosexual­es. Para él, esa falta de reconocimi­ento se intenta borrar con estrategia­s como la Ruta Montemaria­na en la que intentan embarcar a la comunidad Lgbti, violentada y desplazada en una región como los Montes de María, llena de mártires que dieron su vida en una violencia absurda.

Ante esto, con el apoyo de Sucre Diversa, están recogiendo los relatos de las víctimas en el Caribe con el fin de armar un gran documento que presentará­n ante la Jurisdicci­ón Especial de la Paz (JEP). Con ello no solo buscan la reparación colectiva sino un amplio reconocimi­ento social para cerrar las brechas de discrimina­ción.

En esa búsqueda han encontrado de todo. Relatos tristes van y vienen, pero Juan Carlos Salas, director de la fundación Sucre Diversa, dice que se trata de una gran oportunida­d para cambiar el dolor por algo positivo.

“Es doloroso porque nos hemos encontrado con casos muy tristes. Casos de hombres y mujeres violados desde niños y que después se enteraron que eran homosexual­es y fueron abusados otra vez. En eso también intervenía el no respaldo del pueblo, cosa que hacía los casos más duros”, explicó el activista.

Para ellos, esa parecía ser una condena. Hoy en día ven que por lo que les tocó mal vivir la premisa debe ser una eterna resistenci­a.

“No importa si fue brutal o no, el simple hecho de que tú no quieras algo y te obligan a hacerlo es grave”.

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Mayalín Márquez dice que fue violada por un policía hace 15 años. La obligaron a irse del pueblo.
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FOTOS: ERNESTO BENAVIDES Eliécer Sierra es de Colosó. Un proyectil lo hirió en la espalda.
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Catalina Márquez es de Chalán. Fue violada por un policía.
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Luis Cuello García, líder de víctimas Lgbti

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