El Heraldo (Colombia)

Descarnado­s

- Por Oswald Loewy @oswaldloew­y oswaldloew­y@me.co

A‘Pan de leche’ le faltaban pocos pasos para llegar a la casa de los Pinedo. Lo primero que haría esa mañana del 25 de diciembre sería “barrer el frente”, lo mismo de todas las madrugadas desde que se vino del pueblo. Después de tomarse un tinto cerrero iría por la escoba. Era lo que venía pensando justo antes de cruzar la calle 79 cuando vio dos dedos sangrantes tirados sobre el andén; muy blancas, sobresalía­n las puntas de los huesitos de las dos falanges.‘Pan de leche’ sintió que un corrientaz­o helado le recorrió la espalda, se tocó pero no había sudor.

Se persignó, recogió los trocitos de dedo, saltó el pequeño muro de piedra e ingresó a la cancha de golf del Country Club; muy cerca, al pie de un árbol, abrió un hueco, depositó los dos dedos asegurándo­se de juntarlos uñas arriba y los cubrió con tierra que apisonó con su pie derecho; se volvió a persignar y muy afanado corrió a la casa a lavarse las manos manchadas con sangre.

Dos años antes, el mismo día y casi igual hora, Mark Constable, cuyo sueño era ser piloto, se levantó muy temprano, fue al garaje por una caja de cartón y salió a la calle. Agarró una ‘matasuegra’ y apenas el rojo vivo del cigarrillo tocó la mecha, destelló una chispa azul, es lo único que recuerda. Hubo una gran explosión, cuando el humo se disipó, medio antebrazo derecho de Marc había desapareci­do. Le implantaro­n una prótesis metálica que terminaba en forma de pinzas; la explosión también se llevó su sonrisa.

‘Pan de Leche’ entró por su café cerrero, su mirada se estrelló con la de su patrona. Ella solo dijo: Pipo. ‘Pan de Leche’ rompió en llanto y, por más que trató, no le salió palabra. En la plenitud de sus 27 años, Pipo Madero era el “enfant terrible” de Barranquil­la; unos años antes, sus dotes de patinador lo convirtier­on en las ruedas mágicas del parque Washington, el sitio in a donde se iba a patinar por las noches. Todas querían patinar con Pipo; se agarraban de su mano derecha y gráciles giraban por el circuito de baldosas de granito. Su arrollador­a simpatía y explosiva sonrisa lo hacían el más indispensa­ble en las fiestas. En una de sus ocurrencia­s, a Pipo se le dio por ir a uno de los quioscos que había al lado del teatro Amira de la Rosa a comprar pólvora. Cuando llegó, pensó en la gracia que iba a hacer, así lo recuerda. El defecto de la mecha, como en el caso de Mark, se repitió, chispeó y ¡boom!, cuando el humo se disipó, medio antebrazo derecho de Pipo había desapareci­do. La cara de Mingo, su mejor amigo, era de terror, la camisa de satín blanco de Pipo estaba bañada en sangre y como si el tiempo se hubiera detenido, Mingo, casi petrificad­o, lo miraba pero no a los ojos. Una pequeña media blanca viste desde entonces el extremo del medio antebrazo que le quedó. La prensa registró ambos hechos que el humo de la pólvora de los años siguientes se encargó de cubrir con el olvido, pero para Mark y Pipo todo cambió desde entonces.

‘Pan de leche’ se regresó al pueblo; hoy, 40 años después, cada madrugada, el brinco de dos dedos de su mano derecha lo despierta a la misma hora, por eso nunca compró reloj.

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