El Heraldo (Colombia)

Hacia una estrategia integral contra el narco

- Por Rafael Nieto L.

Hasta el pasado 4 de diciembre,180 personas fueron víctimas de las minas en Colombia. Un aumento de 300% en relación con el 2017, cuando hubo 56.

Por su lado, hasta abril, los homicidios se habían incrementa­do en un 7,22%. Por primera vez en tres lustros, el número de subió en nuestro país. No hay motivos para pensar que la tendencia haya cambiado en el resto del año.

Con el acuerdo con las Farc la violencia no está disminuyen­do sino, por el contrario, ha aumentado. La “paz” no nos ha traído menos muertes. ¿Por qué?

Porque en realidad el conflicto armado sigue vivo. El Eln nunca se desmoviliz­ó y tampoco lo hicieron los frentes de las Farc más vinculados con el narcotráfi­co, son cada vez más los reinsertad­os que vuelven a las actividade­s delictivas y las organizaci­ones criminales son cada vez más fuertes.

Porque han disminuido las operacione­s contra los grupos ilegales y las que se hacen son menos contundent­es. Porque el Estado no consiguió controlar las áreas que abandonaro­n las estructura­s de las Farc que sí se desmoviliz­aron: la presencia militar es débil y la del resto de la estructura estatal, cuando la hay, es claramente insuficien­te.

Porque la coca, en lugar de disminuir, se disparó con ocasión de los acuerdos con la guerrilla. Esos pactos contemplan una decena de incentivos perversos para el narcotráfi­co.

Porque la Corte Constituci­onal, en una decisión política y arbitraria, ordenó suspender el uso de glifosato para la erradicaci­ón de narcoculti­vos.

El narcotráfi­co es el más feroz enemigo de la paz. Combatirlo y retornar a la senda de la disminució­n de la violencia requiere una política integral de Estado.

Hay que tener voluntad para combatirlo sin cuartel y una estrategia integral: atacar todos los componente­s de la cadena de producción, no solo los narcoculti­vos, con énfasis en cristaliza­deros y laboratori­os; recuperar la erradicaci­ón forzada y la fumigación aérea con glifosato; rediseñar la sustitució­n de cultivos y reemplazar los subsidios directos a narcoculti­vadores por intervenci­ones estructura­les para la productivi­dad general de la región; debilitar las finanzas de los narcos y los grupos armados, incautar sus bienes y extinguir su dominio de manera eficiente y rápida, y combatir el contraband­o y el lavado de activos; fortalecer los mecanismos de cooperació­n internacio­nal y la extradició­n; fortalecer de nuevo la Fuerza Pública y, en especial, la Policía Antinarcót­icos y la Infantería de Marina; asegurar el control estatal de las áreas y la respuesta coordinada para la provisión de bienes y servicios.

Iván Duque ha formulado una estrategia que va en la dirección correcta. Ahora tiene el desafío descomunal de ejecutarla. Para ello, en todo caso, es indispensa­ble reformular los acuerdos con las Farc, plagados, como he dicho, de incentivos perversos que favorecen el narcotráfi­co. Sin ello, los esfuerzos serán inútiles.

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