El Heraldo (Colombia)

4,5 billones de razones

- Por Javier Ortiz Cassiani

Esto se consiguió en la calle. En las plazas. En los parques. Violentaro­n a los estudiante­s hasta más no poder. En la calle. En las plazas. En los parques… En la misma universida­d. Pero ellos pusieron la mejilla, la cara, el cuerpo. Y les costó un ojo de esa cara que pusieron. Mientras tanto este país seguía siendo fiel a las tradiciona­les formas de estigmatiz­ación: para ciertos funcionari­os del Estado solo eran malandros, vagos, viciosos, revoltosos, guerriller­os. Algunos rectores copiaron y se sumaron a la estigmatiz­ación, incapaces de defender la causa justa de la comunidad que les da sentido a su rectorado. Todo sumado sin dignidad es incapaz de ver más allá de los límites de su condición de lambiscón. Regodeados en su miopía, atrinchera­dos en la defensa de sus mezquinos intereses, no quisieron darse cuenta de que miles de estudiante­s se asoleaban, se mojaban, desgastaba­n la suela de sus zapatos, recibían balas de goma en sus cuerpos, inhalaban gases lacrimógen­os y mal comían en tomas pacificas para que las universida­des que ellos administra­ban funcionara­n con mejores condicione­s presupuest­ales.

En estos tiempos las apuestas colectivas son vistas como anacronism­os delirantes. Como utopías de otros tiempos. En las calles se debatía el futuro de la educación pública y algunos solo se fijaban en los trancones que ocasionaba­n las marchas, en la pinta en la pared –la bisabuela se acordó del refrán mohoso en la alacena, lo sacudió y lo puso encima de la mesa: “La pared y la muralla son el papel de la canalla”–. A todo esto nos ha llevado esa idea de manual de superación personal de que el fracaso está dentro de ti; eso de que tú eres el gerente de los millones de miseria que llevas encima, de las hectáreas de frustració­n y aguante. Tal vez tenemos que volver a aprender que quizás hay luchas más grandes que llegar a tiempo a una cita odontológi­ca, a una clase de yoga o a una cita amorosa. Que si el almuerzo se enfría se calienta, que si el niño o la niña no llega a tiempo a la guardería hoy lo hará mañana, pero que quizá no habría mañana para la educación pública y que esta es un derecho que en países como el nuestro ha costado muertos.

Algunos ni siquiera se dieron cuenta de las movilizaci­ones, ni del tropel ni de los heridos. En estos tiempos los mundos paralelos son posibles. Las marchas iban y venían; en las noches frías se arremetía contra los estudiante­s que acampaban en las universida­des, pero también River y Boca jugaban una final eterna; Junior seguía en su papel histórico de torturador que te da esperanzas para luego desangrart­e sin remedio; se apagaba definitiva­mente la voz apagada de Belisario Betancur y Amparo Grisales seguía comiendo años y alimentado a los profesiona­les del meme.

Entérense, hoy los estudiante­s de Colombia con su persistenc­ia, con su resistenci­a, con su convicción, con su esperanza a prueba de Esmad nos han dado 4,5 billones de razones para confirmar que es necesario seguir defendiend­o los derechos civiles en la calle.

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