4,5 billones de razones
Esto se consiguió en la calle. En las plazas. En los parques. Violentaron a los estudiantes hasta más no poder. En la calle. En las plazas. En los parques… En la misma universidad. Pero ellos pusieron la mejilla, la cara, el cuerpo. Y les costó un ojo de esa cara que pusieron. Mientras tanto este país seguía siendo fiel a las tradicionales formas de estigmatización: para ciertos funcionarios del Estado solo eran malandros, vagos, viciosos, revoltosos, guerrilleros. Algunos rectores copiaron y se sumaron a la estigmatización, incapaces de defender la causa justa de la comunidad que les da sentido a su rectorado. Todo sumado sin dignidad es incapaz de ver más allá de los límites de su condición de lambiscón. Regodeados en su miopía, atrincherados en la defensa de sus mezquinos intereses, no quisieron darse cuenta de que miles de estudiantes se asoleaban, se mojaban, desgastaban la suela de sus zapatos, recibían balas de goma en sus cuerpos, inhalaban gases lacrimógenos y mal comían en tomas pacificas para que las universidades que ellos administraban funcionaran con mejores condiciones presupuestales.
En estos tiempos las apuestas colectivas son vistas como anacronismos delirantes. Como utopías de otros tiempos. En las calles se debatía el futuro de la educación pública y algunos solo se fijaban en los trancones que ocasionaban las marchas, en la pinta en la pared –la bisabuela se acordó del refrán mohoso en la alacena, lo sacudió y lo puso encima de la mesa: “La pared y la muralla son el papel de la canalla”–. A todo esto nos ha llevado esa idea de manual de superación personal de que el fracaso está dentro de ti; eso de que tú eres el gerente de los millones de miseria que llevas encima, de las hectáreas de frustración y aguante. Tal vez tenemos que volver a aprender que quizás hay luchas más grandes que llegar a tiempo a una cita odontológica, a una clase de yoga o a una cita amorosa. Que si el almuerzo se enfría se calienta, que si el niño o la niña no llega a tiempo a la guardería hoy lo hará mañana, pero que quizá no habría mañana para la educación pública y que esta es un derecho que en países como el nuestro ha costado muertos.
Algunos ni siquiera se dieron cuenta de las movilizaciones, ni del tropel ni de los heridos. En estos tiempos los mundos paralelos son posibles. Las marchas iban y venían; en las noches frías se arremetía contra los estudiantes que acampaban en las universidades, pero también River y Boca jugaban una final eterna; Junior seguía en su papel histórico de torturador que te da esperanzas para luego desangrarte sin remedio; se apagaba definitivamente la voz apagada de Belisario Betancur y Amparo Grisales seguía comiendo años y alimentado a los profesionales del meme.
Entérense, hoy los estudiantes de Colombia con su persistencia, con su resistencia, con su convicción, con su esperanza a prueba de Esmad nos han dado 4,5 billones de razones para confirmar que es necesario seguir defendiendo los derechos civiles en la calle.