El retracto algo gaseoso
Caí en una llamada de un tipo de hablar rápido y sin pausa, en la que me repitió: “No queremos confundirla” a mi reiterada respuesta: “No entiendo nada, no acepto nada”. Fui torpe al repetir confiada el número de mi tarjeta de crédito –el cual él me proveyó– y continuó la verborragia, y fue cuando entendí que al solicitar la tarjeta al banco había aceptado pagar esa suma. Más tarde me habló un tercero, con idéntico hablar, y respondo que espero la documentación para estudiar el caso. Finalmente, el asesor me da un radicado. Asumo que corresponde a una verificación de la primera llamada. Para mi sorpresa, a los minutos de cerrar el teléfono, me avisa el banco que fueron aprobados $910.000 a una entidad de la que nunca oí hablar, y además el pago diferido a 36 meses. Esto le está sucediendo a cientos de personas con toda clase de intermediarios o simplemente estafadores respaldados en empresas legalmente constituidas, cuya razón social no admite el derecho al retracto dentro de los cinco días hábiles posteriores a la compra. No hay retracto posible, porque ni venden, ni compran, solo entregan y a todas estas uno no sabe realmente a quién representan. Y siempre usan este tipo de frase: “No queremos incomodarla”, así como también usan la misma pregunta: “¿A usted la obligaron a tomar la tarjeta de crédito?”. Y venga le suelto el chorro infinito, como practicado millones de veces, donde lo único que uno logra entender es que no le devolverán ese dinero de ninguna forma. Estoy muy molesta conmigo misma y me parece muy poco transparente ese tipo de operación por plataforma telefónica y súper peligroso que ellos tuviesen mi número de tarjeta de crédito. Justo esa certeza nos hace creer y hacer lo que tantas veces nos han advertido que nunca deberíamos: lidiar por teléfono asuntos bancarios no habiendo uno generado la llamada a su entidad. Pero humanos somos y hay gente especializada en manejo de tontos, como me pasó a mi. Sin embargo, ¿entonces de qué sirve el retracto? Si es una figura legal que admite empresas con excepción y el reclamante desinflado o la víctima, según sea el caso, queda a merced de lo que en los Estados Unidos llaman sweet talkers, o endulzadores de oído, que están entrenados para romper barreras, confundir con la repetición y dar por sí el no con trucos como leerte tu número de tarjeta y pedirte que tú se los leas. Otros ni siquiera te llaman, sino que desde un computador hacen compras con tu documentación. Y muy difícil que te devuelvan esa plata. La clave está en nunca jamás responder llamadas de teléfonos desconocidos y, en caso tal de hacerlo, tan pronto le hablen melosa y rápidamente cuelgue sin siquiera decir que no. Estas personas que llaman saben cómo retenernos y darle la vuelta a la historia hasta que nos enganchan y esa platica se perdió. Estamos en la época precisa para las ofertas venenosas que dentro de un mes nos parecerán un horror y habrán desbarajustado la economía doméstica. Mucho oído aguzado y a no responder esos números ciegos.