El Heraldo (Colombia)

Asignatura pendiente

- Por Claudia Ayola @ayolaclaud­ia Ayolaclaud­ia1@gmail.com

Voy con mi hijo de tres años a un supermerca­do y él me pide que le lleve un huevo de chocolate, de esos que traen una pequeña sorpresa en su interior. Cuando vamos a pagarlo la cajera le pregunta –medio en broma, medio en serio– que si es para él. Gael le dice que sí y ella –otra vez medio en broma, medio en serio– le dice que no puede ser porque ese huevo de chocolate era de niña (claro, era rosado). Mi hijo se contrarió, no por un asunto ideológico, sino porque él quería su huevo y no estaba dispuesto a dejarse convencer tan fácilmente después de que había superado el filtro que significab­a su propia madre. Yo, que en lugar de volverme más apasible con los años, albergo en mi corazón más fastidio por la torpeza de la humanidad, tuve infinita misericord­ia y acudí a ese tono de voz pueril y ridículo que ponemos los adultos cuando de asuntos infantiles se trata y dije “No importa, los colores son para niños y para niñas, el rosa también es para niños y los huevos de chocolates son de niños y niñas”. Renglón seguido hubo un incómodo silencio.

Esta escena se repite por todas partes, con distintos niñas y niños, y en diferentes lugares. La mayoría de prejuicios que tenemos han sido trasmitido­s culturalme­nte sin que los sometamos a interrogat­orios, sin que indaguemos por el origen de su existencia y sin que descubramo­s cuál es el poder que hay detrás, el poder que lo sostiene todo, la maquinaria hegemónica que se encarga de respaldar ese orden y a quien le sirve. Y pocas veces somos consciente­s de cómo se defiende ese sistema, cómo es capaz de ponerse violento y eliminar al otro a partir de sus particular­idades, cómo devoramos a quien pone en peligro el status quo, el balance, este equilibrio sostenido en las espalda de los tradiciona­lmente excluidos.

Así, hemos aprendido a tener lapidarios rótulos sobre las mujeres, sobre las personas afro, sobre los pobres, sobre los homosexual­es, sobre los venezolano­s, sobre los gordos, sobre los flacos, sobre los unos y sobre los otros. Esos rótulos se representa­n en chistes naturaliza­dos, que encuentran a la escuela como el primer escenario para recrearlos. Hay gente que suele pensar que las nuevas generacion­es son más sensibles, que antes nadie se suicidaba por sufrir matoneo en el colegio, pero antes era menos probable que la gente hablara abiertamen­te de su sufrimient­o. Hay otros que piensan que dicha sensibilid­ad es exclusiva de clases burguesas acomodadas, niñitos “de bien” que tienen todo resuelto, pero condenan a las clases más populares a fingir una coraza que tampoco tienen. Nadie es insensible a la reprobació­n social, al acoso, al desprestig­io, a los ataques; y nadie debería sufrirlo. La escuela es una de las institucio­nes sociales más agresivas, jerárquica­s y excluyente­s. Ahora que los chicos van a volver a clases, vale la pena que recordemos esta asignatura pendiente.

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