El Heraldo (Colombia)

En un vaso de agua

- Por Oswald Loewy @oswaldloew­y - oswaldloew­y@me.com

Luxury Society es una entidad exótica domiciliad­a en Ginebra, Suiza. El 20 de septiembre pasado le otorgó el premio World Sustainabl­e Luxury Society al aeropuerto El Dorado de Bogotá por lograr vender la botella de agua más cara del planeta: 20 dólares o 60.000 pesos de entonces. La noticia debió ser sobre el incauto que pagó esa suma, por no decir otra cosa. El 28 de diciembre, lo más probable, sin saber lo del premio suizo, Camila Zuluaga, ex de W Radio, próxima a debutar en Blu Radio, armó un escándalo que duró dos días en las redes porque le habían cobrado $12.000 por una botella de agua Manantial (600 ml) en uno de los restaurant­es de El Dorado a los que nunca antes había ido. Puro ruido de estreno y nada más porque ese restaurant­e seguirá vendiendo a ese precio para ser rentable.

Un metro cúbico de agua potable de la Triple A recibido en la casa vale en el estrato uno $1.125 (dic. 2018) y $3.938 en el seis; el valor promedio entre los estratos, sin ponderarlo, es de $2.369. De un metro cúbico se obtienen 1.667 vasos de agua de 600 ml; cada uno cuesta $1,42. Hervida el agua en estufa de gas natural, el vaso costará $1,45. Algo del agua se evapora y otra se pierde en la manipulaci­ón; eso hace que el costo sea de $ 1,50, haciendo una cuenta sencilla (sin incluir el costo del alcantaril­lado de ese vaso de agua porque tampoco lo pagan las embotellad­oras cuando compramos su agua).

En el comercio, la botella de agua (600 ml) vale entre $1.000 y $1.600. El agua contenida en esa botella, ya refrigerad­a, por cara que sea, no cuesta ni cerca de dos pesos. Uno podría asumir que el valor se incrementó 650 veces, pero no, no se calcula así. Por lo que uno realmente paga es por la disponibil­idad y el lujo, eso es lo que no entendió Camila al pagar 8.000 veces su costo. La variación del precio no solo aplica al agua sino a muchas otras cosas; es parte de la esencia del modelo capitalist­a. Si no existiera una cadena de valor, el agua no podría llegar al restaurant­e en el aeropuerto El Dorado. La libertad de precios es necesaria como también lo es el control sobre su abuso. El costo de operar un restaurant­e en un aeropuerto es, con certeza, más alto que el de vender la misma botella de agua, también fría, en una esquina o en un supermerca­do. El vendedor informal de la esquina tiene un tráfico muy superior al del restaurant­e del aeropuerto y por lo tanto una mayor oportunida­d de vender. En los restaurant­es, los precios están en la carta, a veces dispuestos en la entrada; eso ayuda a que haya solo dos posibilida­des.

Camila debió contar qué tal fue su experienci­a en el restaurant­e, pues más importante que el agua cara, era saber si las dos hamburgues­as y las papas que también consumió, estuvieron buenas o no…; quedó debiendo, además, el nombre del establecim­iento. Yo tendría igual derecho a escandaliz­arme por la tarifa por anunciar en su programa de radio. Pero antes haré mi tarea: leeré su lista de precios. Hay cosas más importante­s sobre las que escribir, pero a veces es oportuno detenernos en la orilla de un vaso: es posible que podamos salvar a alguien de ahogarse.

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