El Heraldo (Colombia)

Esculturas de Emiro Garzón, un canto a la mujer y al campo

La Galería de la Aduana inauguró una exposición que se hunde en la cera perdida y el bronce de un maestro de la escultura en Colombia.

- Por Ivonne Arroyo M.

Las manos de Emiro Garzón pertenecen y brotan del campo, así como el campo brota de él. Garzón lo esculpe, lo talla en madera y lo retrata en todas las técnicas aprendidas. Se hunde en él, en la cera perdida que luego funde en bronce. Y de ahí, de sus manos, nace el canto que es su majestuosa escultura. El poeta colombiano William Ospina le decía: “Eres un niño aún que juega con la arcilla, que repite en la misma arcilla los dolores del tiempo, las largas migracione­s, los oficios humildes, los amores, las guerras, los destierros”.

Garzón es un “niño” de 69 años que nació en la selva caqueteña, en la rivera del río Aguas Calientes. Es uno de los escultores y dibujantes más representa­tivos del país, autor de una obra que ha conquistad­o con monumentos, esculturas de pequeño formato y un gran número de exposicion­es, a distintos escenarios en Francia, Estados Unidos, Japón, México, Venezuela, España y Argentina, tanto como en su natal Colombia.

En Barranquil­la, Garzón inauguró hace 25 años la Galería Piloto del Caribe de la Aduana, lugar donde ahora regresa con sus escenas costumbris­tas para celebrar sus 50 años de carrera artística.

LA MUESTRA. A través de 25 piezas, Garzón da cuenta de su conexión con el campo y de cómo captura el alma de su cotidianid­ad. Las esculturas que se exhiben desde este miércoles hasta el 31 de agosto se pasean por los patios de las enormes casas de los pueblos, las calles y la tierra que cultivan los campesinos colombiano­s.

Las figuras moldeadas en bronce dejan que el viento las acaricie. De hecho, son esculturas con movimiento: pescan, cocinan, cargan alimentos, leen, lavan y se mecen en hamacas. Recuerdan que, mientras la guerra los golpea, ellos no descansan.

“Yo estaba haciendo una obra muy contestata­ria, revolucion­aria que se acrecienta en la década del 90, cuando corre más sangre por la guerrilla. Entonces decido no hacer más arte sobre la violencia, sino rendirle culto a la vida. Es ahí cuando nacen las esculturas a las lavanderas y los campesinos. Mi obra es un canto para ellos”.

MUJERES EXUBERANTE­S. Garzón vive perdido en las voluptuosi­dades. La mayoría de mujeres que esculpe gozan de senos grandes, caderas prominente­s y cinturas pequeñas. Son pícaras, sensuales y objeto de deseo. Es en sus cuerpos donde Garzón proyecta lo que más le atrapa de la mujer, por lo que hay una fuerte carga erótica, pero también una mirada que las hace ver nobles y trabajador­as.

“Aquí todavía nos sorprende ver a una mujer con cuerpo como de palmeras. Esas caderas, ese empuje y ese caminado está incrustado en mi obra”, dice Garzón, quien se considera un admirador de la belleza femenina.

“Interrogas al barro, al viento y a la historia, tus mujeres son fuertes, fecundas y activas, trabajan, leen, luchan, recomienza­n, saben que son las madres de los sueños futuros, gustan su eternidad de agua y de ensueño”, escribía el poeta William Ospina.

EL ALMA CAMPESINA. Los campesinos que retrata Garzón cargan sobre sus hombros o en varas las gallinas y los trastes, mientras se desplazan, casi siempre, con un perro flaco que los acompaña. “A los hombres le pongo mucha fuerza, pero a la mujer también porque es fuerte y dinámica. El campesino va con un amor a su tierra y eso se refleja en la escultura”, asegura Garzón, quien a sus 69 años sigue creando. Desde su taller La casa Embrujada, ubicada en el poblado La Jagua (Huila), Garzón dibuja y bosqueja con rayas espontánea­s lo que después muta a escultura. La convierte en maqueta, compone la cera, que pasa a ser perdida, la funde en bronce y nace un nuevo canto.

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Esculturas de Emiro Garzón expuestas en la Galería de la Aduana.
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FOTOS: JOSEFINA VILLARREAL
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