El Heraldo (Colombia)

La mentira en la política

- Por Javier Dario Restrepo Jrestrep1@gmail.com @JaDaRestre­po

Ya lo hizo para elegir a Trump y para imponer el brexit; también la vimos ganar con el No en el plebiscito de octubre del 2016. Hoy combate junto con los asesinos de candidatos y de líderes sociales para ganar en las elecciones de octubre. Se ha unido a los compradore­s de votos para hacer de las elecciones un engaño a ojos vistas.

Son hechos que demuestran una realidad innegable: la mentira es el arma favorita de los políticos, que se usa como si fuera inocente a pesar de los males que produce.

Que lo diga el periodista que le oyó decir al político al que acababa de hacerle una pregunta incómoda, que él había “pertenecid­o y era vocero de la Farc”. Las amenazas de muerte no tardaron en llegarle al reportero.

Esa acusación falsa de ser guerriller­o es la favorita de los políticos. Uno de ellos calificó a su adversario como “sicario moral”, para agregar, luego, la acusación de ser “guerriller­o disimulado”. El mismo político acusó a un tercero, sin prueba alguna, “de haber pertenecid­o antes al ELN.”

La puja política se ha vuelto, así, una despiadada pelea entre enemigos en donde todo vale, hasta la calumnia.

El cuidadoso e inteligent­e lenguaje de la diplomacia desapareci­ó del discurso del canciller ante la OEA, cuando sin pruebas acusó al exguerrill­ero Rodrigo Granda de participac­ión en reuniones clandestin­as en Venezuela. El mundo periodísti­co se alarmó cuando oyó al excandidat­o presidenci­al decir que Odebrecht había sobornado a cinco periodista­s; la acusación quedó como otro recurso efectista cuando se comprobó que los cinco no eran periodista­s sino estrategas de comunicaci­ón que, de modo indirecto, habían tenido que ver con la corruptora empresa brasileña.

La tecnología digital utilizada por los políticos o sus asalariado­s ha sido además un poderoso instrument­os para difundir calumnias y mentiras como informació­n política pagada.

Desde esas plataforma­s a usted lo pueden hacer ver como un pervertido sexual, o como guerriller­o, o como terrorista, o como ladrón porque así lo determinó un contradict­or político y ese mensaje en segundos se multiplicó aquí y en todas partes.

Hay una conexión entre mentira y violencia que está produciend­o víctimas. Que lo digan los sobrevivie­ntes de la familia de las 13 víctimas que dejó en Riofrío una operación de falsos positivos en octubre de 1993, presentado­s como bajas en combate; o los familiares de los 11 diputados a quienes las Farc explicaron su muerte como fuego amigo, primero, y después como infiltraci­ón militar.

Así en el Ejército, como en la guerrilla, o en las campañas políticas, o en la vida ordinaria, la mentira separa a las personas con muros de desconfian­za, a todo y a todos los vuelve sospechoso­s y hace imposible la vida social.

Este uso de la mentira en la política no es un asunto banal. Sin verdad no hay justicia, se debilita la seguridad, desaparece­n la armonía y el orden y, por tanto, la paz.

Ni la justicia, ni la seguridad, ni la armonía, ni la paz, ni la decencia se pueden esperar de políticos y candidatos que llevan la mentira a las urnas.

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