La insolencia quema
Como en la política, muchos aspirantes se queman al exponerse a un grado sumo de insolación, que al tratar de refrescarse, terminan nadando contra la corriente y ahogándose en medio de un rio revuelto, así, las personas insolentes, que con su insólita actitud insultante encienden el espíritu y lo colman de malquerencia y antipatía, para lo cual se hace más difícil recuperar a cabalidad la frescura de la cordialidad y el entendimiento.
La insolencia nos lleva a actuar de forma inapropiada, negándonos a la tolerancia y actuando de forma impulsiva sin medir consecuencias por no pensar antes de actuar o de hablar y, por no tener control sobre sí mismo, procedemos de manera necia que raya en la altanería y en la falta de cortesía.
La insolencia se constituye en un corrosivo social que a veces se manifiesta por la ironía o el sarcasmo, la impertinencia y la ofensa, que ostenta una persona por su propia naturaleza o porque dichas características forman parte regular de su personalidad o se comporta de este modo ante determinada situación que le provoca justamente esta forma de reacciones.
Si bien este tipo de comportamiento es más dado que se presente entre los jóvenes y en los niños, también es posible apreciarlo entre adultos, pero como inaceptable y resultando ser una evidente molestia a nivel social que ciertamente incomoda y supone incomprensión e imprudencia.
Es importante que la intolerancia no nos vuelva insolentes y altaneros en la resolución de problemas y no nos queme mentalmente, porque, como sociedad, debemos unir esfuerzos para recuperar las buenas maneras, los modales y volver por los fueros de la cultura ciudadana como fundamento de la vida en comunidad, que nos invita a considerar la crítica constructiva como una observación sana y beneficiosa para todos, pero también, cuando practicamos de forma humilde la autocrítica, nos ayuda a evitar la arrogancia y a no equivocarnos reiteradamente. Porque la insolencia quema, destruye y no resuelve nada.
Roque Filomena