El Heraldo (Colombia)

El país de la farsa electoral

- @HoracioBri­eva

En los años 70 eran habituales las movilizaci­ones estudianti­les contra lo que llamábamos la ‘farsa electoral’. Mi generación irrumpió en el activismo político enfrentada a las aberracion­es del sistema electoral.

Ni siquiera los partidos dominantes (Liberal y Conservado­r) tenían reglas claras. De hecho, después de la matazón bicolor del periodo de la Violencia, tuvieron que ponerse de acuerdo con el Frente Nacional que estableció la alternació­n de gobiernos bipartidis­tas entre 1958 y 1974.

Pero al Frente Nacional se le adjudica la trampa de haber impedido el triunfo del General Gustavo Rojas Pinilla.

“El que escruta elige” es una frase que ha hecho carrera en Colombia. Basado en esta certeza, en 1965, el padre Camilo Torres dijo que descartaba ir a elecciones y propuso una “abstención activa, beligerant­e y revolucion­aria”.

La Constituci­ón de 1991 creó institucio­nes como el Consejo Nacional Electoral, pero la compra y venta del voto ha seguido siendo una industria abominable, y una de sus perversas expresione­s es la trashumanc­ia que, en estas elecciones, ha vuelto a aparecer turbiament­e como lo evidencian las 915.853 inscripcio­nes anuladas en todo el país. En la Costa Caribe - siempre tan vanguardis­ta en estas prácticas politiquer­as - se anularon 264.813 inscripcio­nes de cédulas.

El bochornoso escándalo de Aida Merlano, que compromete a prominente­s miembros de la élite política y empresaria­l del Atlántico, y las confesione­s del exsenador David Char a la JEP, que revelan el entramado de compra de mesas de la Registradu­ría para asegurar votos, reafirman que las elecciones en Colombia son una tenebrosa comedia.

Vergüenza debería producirno­s el reciente informe de Transparen­cia Internacio­nal según el cual Colombia es el cuarto país de América Latina con el mayor índice de compra de votos después de México, República Dominicana y Brasil.

Nuestras elecciones son una alcantaril­la a cielo abierto donde lo pestilente predomina sobre lo aromáticam­ente limpio.

Desde luego, no creo que el camino sea convocar hoy al abstencion­ismo como en los años 70, porque el abstencion­ismo es estéril, es decir, no vigoriza la democracia.

En la Colombia del siglo XXI, el desafío de los ciudadanos es seguir insistiend­o obstinadam­ente en una Reforma Electoral y Política que establezca el voto electrónic­o y obligatori­o, la financiaci­ón estatal de las campañas y las listas cerradas, y que convierta a los partidos en institucio­nes organizada­s, coherentes y modernas donde haya democracia interna, pues hoy son simples aparatos tramitador­es de avales que a veces se otorgan con pésimo criterio o por plata.

Por supuesto, sé que estas indispensa­bles transforma­ciones no se vislumbran en el corto plazo. Tengo claro que el reto más difícil de este país es cambiar el modo de hacer política. Pero si cambia la política, para bien, cambiará el país.

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Por Horacio Brieva

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