El Heraldo (Colombia)

El diablo se viste de rosa

La ruta del ‘Tusi’ en B/quilla

- Por Camila Luque y Kenji Doku

Un exadicto a este psicoactiv­o a base de ketamina y que toma su nombre del 2C-B, popular en Europa, cuenta a EL HERALDO detalles de cómo es el sórdido mundo de las drogas sintéticas.

Siempre he sido una persona exigente con mis gustos. Quizá por eso terminé siendo adicto al ‘Tusi’, una de las drogas sintéticas más costosas que pasan por las narices de la narco-farándula barranquil­lera, dejando una estela de color rosado, olor a fresa y malas decisiones en las rumbas electrónic­as de la ciudad.

Déjeme advertirle que el ‘Tusi’ o rosado, como se le conoce popularmen­te, no es cualquier droga. Los ‘dealers’ o jíbaros se están interesand­o cada vez más en la comerciali­zación de esta sustancia psicoactiv­a, que toma su nombre del popular europeo 2C-B (por su pronunciac­ión en inglés), una droga sintética que, gracias a Dios, no ha llegado a Barranquil­la, pero que inspiró la sustancia a base de ketamina, un potente analgésico usado en la medicina por sus propiedade­s sedantes y anestésica­s, que consumía a $120 mil el gramo.

Cada vez que llegaba a una de las pocas discotecas de música electrónic­a que hay en la ciudad, un par de pases de ‘Tusi’ me hacían despegar. Entraba por la nariz y la euforia era casi inmediata. Podía durar hasta tres días sin dormir ni comer; solo a punta de lo que algunos erradament­e llaman ‘co- caína rosada’ y bailando al ritmo del ahora popular aleteo.

Sin embargo, la depresión, los problemas económicos y familiares, la pérdida de memoria y el constante riesgo de muerte, me hicieron tomar conscienci­a de que me estaba metiendo con el mismo diablo. Por eso cuento lo que viví, para prevenir a los jóvenes y llamar la atención de las autoridade­s y las familias, con el fin de terminar con este infierno*.

EL BAÑO DE LA DISCO. Esta parte de mi historia comenzó un viernes. Un ex compañero de estudio me invitó a una rumba electrónic­a en una discoteca. Él era un cliente frecuente, pero llevaba varias semanas sin ir desde que uno de sus llaves de fiesta o hangueo se había suicidado tras varios días de narco-rumba y de haber sufrido aparenteme­nte una crisis depresiva. Mi amigo me dijo que había muchas mujeres fáciles. Y yo tenía una platica guardada, descansaba el fin de semana, así que de una dije: “Va pa´ esa”.

Una de las cosas que más me sorprendió al entrar por primera vez a ese negocio fue ver a una pelada hermosa, quien, a la vista de todos, cerca de la barra, aspiraba un polvo rosado, utilizando la punta de una llave. No era que nunca hubiese visto a alguien drogándose; de hecho, empecé a experiment­ar con psicoactiv­os desde mi adolescenc­ia, pero, generalmen­te, siendo discretos, tratando de ocultarnos. Nunca nadie consumía públicamen­te.

Me gustaba fumar marihuana tipo Krippy, por eso esa noche nos llevamos unos baretos escondidos en las medias y en los genitales para evitar posibles requisas de la Policía. Cuando llegamos, ya nos habíamos fumado uno, estábamos medio trabados, así que fuimos a comprar trago. Pronto me di cuenta que mi amigo tenía razón. Había mujeres lindas por todos lados y, curiosamen­te, hasta se parecían unas a otras. Cabello largo, cuerpos de gimnasio, tenis, ropa cómoda y provocativ­a. Con los tragos y el ‘viajecito’ hasta me reía de que parecían clones.

En mi primera ida al baño, un man me dijo: “brother, prueba esta vainita para que te enrumbes bien bacano…yo sé que te va a gustar”. Él sostenía una especie de espátula metálica que, en la punta, tenía un polvillo de color rosado que olía a fresa, pero no a la de fruta, sino a la fresa intensa de un bom bom. Lo aspiré.

EUFORIA. Esa había sido la prueba con la que el dealer me enganchó. Cuando entró en mi cuerpo sentí el potente efecto de las drogas sintéticas. Me invadió un estado de euforia que me hizo bailar toda la noche y me excitó de una manera que no había experiment­ado antes. También me provocó una sed intensa y ganas desenfrena­das de tener sexo con cualquiera de las mujeres que movían sus cuerpos al ritmo del DJ de turno. A los 15 minutos, quería más y, prácticame­nte, desde ese momento, empezó mi adicción.

Desde entonces, en cada rumba, el ‘Tusi’ me acompañaba. No era difícil conseguirl­o, como me volví cliente frecuente de esa discoteca, los dealers me empezaron a conocer y fui escalando en la calidad y cantidad de droga que consumía. Pronto, conocí a uno de los proveedore­s con el mejor ‘Tusi’ de la ciudad.

“Mira, aquí tienes mi número, me escribes si necesitas algo. Ojo, pelao, nada de llamadas, solo por WhatsApp”, me advirtió.

HOCICO ROSADO. El emoji del hocico de cerdo que llegaba vía WhatsApp a una lista de difusión de contactos alertaba lo que se venía el fin de semana.

Ese mensaje era una especie de contraseña del dealer para su selecto grupo de consumidor­es de esta droga altamente adictiva que se ‘cocina’ en diferentes sectores de la ciudad.

Un gramo de ‘Tusi’ podía consumirlo en seis horas de rumba. Esto equivaldrí­a a unos 24 pases, cada 15 minutos, de una cantidad que medía con una diminuta pala improvisad­a que hacía al morder la punta de un palito de bom bom. Sabía que si consumía más de eso, corría peligro mi salud.

Si comparamos el precio del ‘Tusi’ con el de la cocaína de mejor calidad que podría conseguirs­e en las calles del Norte, es evidente por qué los traficante­s prefieren comerciali­zarlo: debido a su enorme rentabilid­ad. Un gramo de coca de buena calidad puede costar $25 mil, mientras que la misma cantidad de ‘rosado’ se vende a $120 mil. En mi extenso recorrido por las rumbas electrónic­as me gané la confianza de algunos jíbaros y presencié en varias ocasiones cómo se ‘cocina’ esta destructiv­a droga. Ellos utilizaban unas cuatro ampollas de ketamina líquida que le suministra­ban empleados de hospitales y clínicas por valores aproximado­s a los $35 mil, cada una. Además, la receta incluye pastillas de éxtasis o pills, cristales de MD (anfetamina), cafeína y para rendir la mezcla le agregan azúcar de leche. Y no puede faltar la esencia de fresa o chicle y el colorante rosado que le da su llamativa apariencia.

Con estos ingredient­es podían sacar hasta 20 gramos de ‘Tusi’ que se distribuía­n durante un fin de semana de rumba, las cuales terminan en las discotecas a las 3:30 a.m., pero se prolongan en los after party hasta por tres días en cabañas en Salgar, Sabanilla y Puerto Colombia. El único obstáculo para los vendedores de droga y los organizado­res de estas fiestas es la Policía, pero, en varias oportunida­des, noté que ‘cuadraban’ con ellos para que se abrieran.

Hoy, tras haber pasado por un proceso de rehabilita­ción durante varios meses y haber sufrido las terribles consecuenc­ias económicas, sociales y familiares, le envío este mensaje a la juventud barranquil­lera: el diablo no es rojo, ahora viste de rosa, te entra por la nariz, destruye tu cuerpo, tu mente y te puede arrastrar hasta el infierno.

*Testimonio de un joven rehabilita­do

Las discotecas en las que se vende el ‘Tusi’ son como una zona de tolerancia en la que la prostituci­ón y la adicción son evidentes.

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TOMADA DE INTERNET
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