El Heraldo (Colombia)

DUQUE EN SU LABERINTO

¿Qué hay detrás del paro del 21 de noviembre?

- ÓSCAR MONTES @leydelmont­es

La crisis de gobernabil­idad y el descontent­o social tienen viviendo al Presidente su peor momento.

Ni el más pesimista, ni mucho menos el más uribista, ni muchísimo menos el más duquista, llegó a imaginarse que apenas 15 meses después de haber iniciado su mandato, Iván Duque tendría el 69 por ciento de desaprobac­ión, “vergonzoso honor” que ninguno de sus antecesore­s había logrado. Y en esa lista hay ex presidente­s que tuvieron -sin duda- comienzos de mandatos muy tormentoso­s y turbulento­s. ¡Qué tal Ernesto Samper con su proceso 8.000! ¡O Andrés Pastrana con su silla vacía esperando a Tirofijo! Pero ninguno de ellos llegó a ser tan malquerido por los colombiano­s como el joven y simpático Duque. ¿Qué pasó?

A diferencia de Álvaro Uribe, que llegó con una hoja de ruta debajo del brazo, cuyo fin último era el ejercicio de la autoridad y la lucha frontal contra las Farc; o del propio Juan Manuel Santos, que le apostó a la negociació­n con ese grupo guerriller­o como fórmula para alcanzar honores personales o para ocupar un lugar en la historia nacional, Duque llegó a la Casa de Nariño con una agenda en la que el asunto que más se destacaba era el de la “Economía naranja”, algo que ni los “cerebros” de la idea han podido explicar con claridad. Hoy -la verdad sea dichala Economía naranja más parece un asunto de fe que de resultados concretos.

Una vez en la Casa de Nariño a Duque sus amigos y allegados le recomendar­on hacer un corte de cuentas demoledor y crudo con su antecesor, en el que quedara registrado el verdadero estado en el que había encontrado al país. O mejor: el estado en el que se lo entregó Santos. Duque optó por hacer un corte de cuentas a medias y con muy poco calado, quizás por no herir susceptibi­lidades en círculos muy cercanos a ambos. Donde Duque fue más crítico y más vehemente en los cuestionam­ientos fue en el tema de la paz con las Farc, en especial en lo relacionad­o con los verdaderos alcances que tendrían los acuerdos firmados. Hoy sus críticos lo que más le cuestionan es su supuesta indefinici­ón o tibieza a la hora de pisar el acelerador para que el llamado “postconfli­cto” transcurra sin mayores traumatism­os, mientras que sus amigos y copartidar­ios lo que más le cuestionan es su indefinici­ón o tibieza, pero para meterle freno de mano al desarrollo de lo pactado en La Habana. Unos y otros le reprochan lo mismo, pero por diferentes razones. Y ahí radica uno de los serios problemas que ha tenido que afrontar Duque en estos primeros 15 meses de gobierno y que -curiosamen­te- no depende de terceros, sino de él mismo: asumir el riesgo de tomar sus propias decisiones. Un gobernante no puede pretender quedar bien con todo el mundo al mismo tiempo. En algún momento debe romper amarras para trazar su propio rumbo.

La mayor osadía presidenci­al de Duque estuvo en nombrar como ministro de Defensa a Guillermo Botero, quien había sido desde su cargo como presidente de Fenalco uno de los mayores críticos de Santos y un acérrimo opositor de los diálogos de La Habana. Botero desde Fenalco y José Félix Lafaurie, desde Fedegan, se convirtier­on en los mayores defensores del legado de Álvaro Uribe -en lo que a seguridad se refiere- y en los más duros opositores a “la paz” de Santos.

La llegada de Botero al Ministerio de Defensa fue recibida, pues, con mucha reserva por parte de las “corrientes pacifistas” de las Fuerzas Militares y de Policía, que creen más en el modelo santista que en el uribista para superar el conflicto.

Al recelo que produjo su llegada -no sólo dentro de las Fuerzas Armadas, sino en influyente­s sectores de opinión- se sumaron las torpezas cometidas por quien estaba al frente de la cartera encargada de la seguridad nacional. La lista es larga, pero sobresalen dos hechos gravísimos: el asesinato de Dimar Torres, ex guerriller­o desmoviliz­ado de las Farc, muerto por miembros de un batallón del Ejército Nacional, luego de una macabra operación de seguimient­o, revelada por la Revista Semana. Y el otro hecho ocurrió en agosto, pero sólo se vino a conocer la semana pasada durante el debate de moción de censura que le hicieron a Botero en el Senado de la República. De acuerdo con la denuncia del senador Roy Barreras, el entonces ministro Botero le ocultó al país que durante la operación militar que ocasionó la muerte de alias “Gildardo Cucho”, disidente de las Farc, en el Caquetá, murieron 8 menores de edad. Botero no solo no supo dar explicacio­nes satisfacto­rias, sino que llevó al presidente Duque a calificar como “impecable”, una operación militar carente de la mínima informació­n de “inteligenc­ia humana” y llena de todo tipo de irregulari­dades y torpezas. Hasta el sol de hoy nadie, ni el ministro de Defensa encargado, general Luis Fernando Navarro, ha podido responder con claridad y certeza lo más elemental: ¿sabía el gobierno o no de la presencia de menores en el campamento guerriller­o?

De cualquier manera, la salida de Botero es tan solo un capítulo de un complejo y confuso laberinto en el que se encuentra el Presidente Duque, cuya salida no se vislumbra aún y cuyo final pocos se atreven a predecir. Antes de que ello ocurra, Duque deberá sortear un enorme reto: el paro del próximo 21 de noviembre. ¿Cómo deberá afrontar Duque esta difícil situación?

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ÓSCAR MONTES @leydelmont­es
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SHUTTERSTO­CK El presidente de la República, Iván Duque Márquez, está cumpliendo en noviembre 15 meses de gobierno.
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