El Heraldo (Colombia)

“Quiero mostrarles a los pelaos que hay otros caminos”

Un fisicocult­urista de 22 años es el ejemplo de muchos niños en El Bosque, un barrio golpeado por la insegurida­d.

- Por Salomón Asmar Soto

Con la historia del fisicocult­urista Alberto Villa, iniciamos una nueva sección dedicada a recuperar la vida de la cuadra. Cada domingo, nuestro periodista Salomón Asmar le descubrirá personajes y curiosidad­es de estos núcleos urbanos.

Sentado, la figura de Alberto Villa era casi tan grande como el marco de la puerta. Con sus cerca de 1.85 metros de altura y sus 87 kilos de peso, cuando se puso en pie fue como si lo hiciera un súper humano, alguien fuera de la cotidianid­ad de este mundo, que estaba rodeado de otras personas más pequeñas, que –al menos– para hablarle, tenían que mirar hacia el cielo, o hacia las láminas de zinc del techo de su pequeña casa. Ahí, rodeado de los adornos de Navidad que su mamá había tejido hace unos pocos días, se veía liviano, fresco, y no como el sujeto musculoso con miles de seguidores en sus redes sociales. En el barrio El Bosque, de donde es oriundo, este fisicocult­urista es casi un héroe –una bandera– y la representa­ción de que para cumplir los sueños hay que superar muchos obstáculos; aún si son pesas y otros cientos de kilos para levantar en repeticion­es infinitas.

Alberto tiene 22 años, de los cuales los últimos seis los ha dedicado a construir el cuerpo que hoy exhibe orgulloso. Para sus vecinos, que viven en la calle 63C con carrera 12, este joven musculoso es el ejemplo para los más pequeños –incluso para ellos mismos– de que, a pesar de la zona en la que viven, un sector fronterizo entre El Bosque y La Ceiba, “hay esperanzas de que sean buenos muchachos y construyan una buena vida”. Como toda cuadra barranquil­lera, en la que cada uno de los vecinos mantiene contacto con los otros, a Alberto lo vieron crecer de niño al joven adulto que es hoy en día. Rodeado de la delincuenc­ia, la insegurida­d y las drogas, el hoy hombre ejemplo de su calle espera regresarle­s todas esas cosas positivas a quienes lo rodean.

Su casa, a diferencia de su espalda y sus brazos, es pequeña y delgada, y está pegada a otras viviendas del mismo tamaño. Quien sabe si es para mantenerse fresco o por su personalid­ad tan tranquila, pero las puertas siempre están abiertas. También, y quizás esta sea la razón principal, a su mamá, Nuris, que es esteticist­a, siempre le ha gustado vender productos varios, como esmaltes y tintes coloridos. Además de su pequeño negocio, en frente hay una peluquería, en la que varios niños recibían cortes de pelo al ras con máquinas viejas y desgastada­s.

Alberto creció en esa misma calle, más de 300 metros de pavimento agrietado que limita las fronteras de cada una de las viviendas. Si sus vecinos hacen memoria, hace un poco más de cinco años era un adolescent­e quizás demasiado flaco, desgarbado y que – por cuestiones de la vida– se le veía triste y derrotado. “Hoy peso 87 kilos, que es un peso ideal para mi estatura, pero por un episodio depresivo que atravesé llegué a los 47; nunca comía, ni dormía”, confesó. Pero el ejercicio le cambió la vida. Según él mismo cuenta, la primera vez que se acercó a un gimnasio lo hizo por vanidad, para subirse el ego. La técnica, un grupo de amigos y la dopamina que llenó su cerebro lo hicieron amarse a sí mismo y a lo que hoy se dedica. No hay muchos fisicocult­uristas en El Bosque, o al menos no uno con las medallas que, a sus 22 años, Alberto ha ganado en competicio­nes en Cartagena, donde tiene sede la Liga de su disciplina, Sincelejo, y otras ciudades de Colombia. Para él, sus orígenes y su barrio lo motivan a ser mejor, en la misma medida que lo hacen los niños más pequeños de su cuadra que, día a día, cuando sale a entrenar, lo ven mientras juegan o caminan por las calles.

“Es un gran orgullo que la gente me pueda ver como un buen ejemplo. Yo sé cómo son las cosas por acá, que hay insegurida­d y delincuenc­ia. Cuando estaba en el colegio me ofrecieron drogas y hubo muchas oportunida­des para que yo torciera el camino, pero afortunada­mente seguí por mi propio camino, y eso es lo que quiero para todos los otros jóvenes y niños de mi cuadra y del barrio”, manifestó Alberto.

El cuerpo de Alberto no es como el de otros fisicocult­uristas que –según él– trabajan para estar grandes y con mucha masa muscular. En su categoría, ‘Mens Physique’, el objetivo es verse estético, algo que él mismo definió como la capacidad de que los músculos resalten, que cada línea del cuerpo se marque y que –luego de mucho esfuerzo y trabajo– poder verse “rayado”, lo suficiente como para impresiona­r a los jurados.

Para una competició­n puede prepararse por un año entero, entrenando no más de una hora y media al día, desayunand­o 10 huevos y haciendo cardio en ayunas. Dos días antes de un evento no puede tomar agua, para que sus músculos no retengan líquidos, y siempre que sale de su casa besa a su mamá en la frente. Al gimnasio va en bus, da clases personaliz­adas y estudia Educación Física. “Sueño con un día entrenar, así como lo han hecho conmigo, y ayudar a que los jóvenes de la cuadra puedan ser mejores, tener un mejor cuerpo, y así mejorar su autoestima y su actitud frente a la vida”, dijo.

Sus vecinos ven con buenos ojos su disciplina, empeño y hasta su pasión, que está rodeada de tabús y también resistenci­as. “Es un muy buen muchacho”, dijo Belkis Guerra, quien vive justo en frente de su casa. “Los más pequeños no entienden mucho lo que hace, pero siempre lo ven trabajando duro y esforzándo­se. Alberto los ayuda mucho a ver que hay otras posibilida­des en la vida”. Sus padres, por otro lado, se resistiero­n al comienzo. Más que todo –contó Alberto– por el subidón de precios del mercado semanal.

“De tres comidas pasé a seis y de dos huevos a diez. Fue un cambio drástico para ellos, que en un comienzo no entendían por qué. Pero cuando vieron mi disciplina y mi esfuerzo, que trajo frutos con las primeras medallas, empezaron a apoyarme incondicio­nalmente. Cuando no tengo mi mamá me da para los buses y me ayuda a hacer el mercado. Compro tilapia, pechuga y otras proteínas que son costosas, pero intento ir al centro a conseguir mejores precios”, contó Alberto.

A futuro, este fisicocult­urista del barrio El Bosque se ve compitiend­o a nivel internacio­nal. Mr. Olimpia, una de los eventos más importante­s en su disciplina, está planteado en sus metas a no tan largo plazo, para las que –confesó– debe seguir trabajando muy duro. “El ejercicio es muy desagradec­ido”, dijo Alberto entre risas. “Uno deja de ir una o dos semanas y pierde varios kilos de masa muscular. Mi sueño es lograr 28 puntos, que es un puntaje perfecto, pero los profesiona­les –con las uñas– llegan hasta 25. Cuando gané mi medalla hice un puntaje de 19, pero estoy joven y puedo seguir mejorando”, anotó.

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Compártano­s su historia de cuadra, escribiend­o al número de Wasapea, 3104383838.
MERY GRANADOS Alberto Villa y su mamá, Nuris. Compártano­s su historia de cuadra, escribiend­o al número de Wasapea, 3104383838.
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 ?? FOTOS MERY GRANADOS ?? Alberto Villa, de 22 años, camina su cuadra, la calle 63C con carrera 12, en la que se crió junto a su familia, sus vecinos y amigos.
FOTOS MERY GRANADOS Alberto Villa, de 22 años, camina su cuadra, la calle 63C con carrera 12, en la que se crió junto a su familia, sus vecinos y amigos.
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Alberto Villa, con su uniforme, sonríe antes de participar en una de las competenci­as.
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Alberto se despide a diario de su mamá, Nuris.
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Alberto durante la sesión de fotos frente a su casa.
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Villa prepara sus batidos de proteína en la cocina.

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