El campo se envejeció
Las zonas rurales se quedan sin quién las trabaje. Cerca del 90% de los campesinos del Atlántico supera los 60 años, menos de 8% tiene entre 45 y 59 años y un escaso 2% está entre los 14 y 44 años.
Cada vez más los jóvenes abandonan sus raíces en las zonas rurales del país ante un futuro incierto y el poco progreso de sus padres en el campo. Lo hacen porque han visto el esfuerzo de sus progenitores sin obtener los frutos merecidos después de ingentes esfuerzos para lograr una cosecha y criar un pequeño hato ganadero. El departamento del Atlántico no está exento de esa migración de muchachos carentes de vocación agrícola o escépticos ante la poca posibilidad de progreso.
Son los mismos familiares quienes deciden impulsar a sus hijos a otros ámbitos educativos. Entonces, quienes pueden pagar sus estudios en una universidad o instituto de las ciudades lo hacen, con el resultado desalentador del no retorno por parte de sus retoños. Varios factores circundan esta sensible situación que afecta las despensas agrícolas de la nación. Las nuevas generaciones, llenas de vigor y arrojo, han decidido en buena parte dedicarse a otras actividades y mirar otros rumbos. Unos optan por estudiar profesiones u oficios no relacionados con el campo; otros se dejan llevar por el impacto de los nuevos mercados, y otros más sencillamente prefieren cambiar el arado y el ordeño por el ejercicio irregular del mototaxismo. Como es bien conocido, miles de jóvenes campesinos han optado por manejar moto y pueden ser vistos en las esquinas de nuestros municipios y veredas esperando el cliente de turno para movilizarlo. Tanto es, que un burro ya resulta ser un animal exótico en muchos pueblos. Es obvio que la comodidad prima, pero hay una sobreoferta de ese tipo de servicio de transporte en contravía de la necesidad de más manos en las parcelas.
Ese es el gran riesgo que está corriendo el campo colombiano. Frente a decenas de proyectos, de cuya necesidad y eficacia nadie duda, hace falta un pronto estudio social sobre el desmedido desinterés de la juventud campesina en la cadena de producción.
La precariedad de las condiciones rurales no es discutible. Mientras Colombia ha avanzado en infraestructura vial, la producción y comercialización se han visto afectadas por el cambio climático, la falta de riego y tecnificación, a lo que se suman las políticas tributarias que aumentan los costos de insumos, sin considerar los beneficios que al campo le dan en otros países, lo cual hace que la competencia de nuestros productos agrícolas sea desigual en el mercado local e internacional.
La alerta está encendida por parte de las cooperativas y agremiaciones, porque un rápido censo muestra que 90% de los campesinos del Atlántico supera los 60 años, menos de 8% tiene entre 45 y 59 años y un escaso 2% está entre los 14 y 44 años. Sin duda son cifras desalentadoras. En ese mar de información desalentadora hay una luz de esperanza con la descentralización de la Universidad del Atlántico que funciona en Suan, en donde también está una sede de la Esap. Allí llegan jóvenes del sur del departamento, y de Bolívar y Magdalena, con el propósito de aprender y afianzarse después en su terruño. Pero eso es una excepción de la regla. Por lo pronto el campo se está quedando sin manos jóvenes. Estamos a tiempo.
La precariedad de las condiciones rurales no es discutible. Mientras Colombia ha avanzado en infraestructura vial, la producción y comercialización se han visto afectadas por el cambio climático y la falta de riego y tecnificación, entre otros factores.