El paro que viene
Esta semana estará marcada por la convocatoria al paro nacional citada por la Confederación General de Trabajadores, al que se han ido sumando movimientos estudiantiles y otras organizaciones.
El paro ocurrirá en un momento muy delicado para el país, cuando el presidente Duque, según las encuestas, pasa por un momento de elevada desaprobación, sumado a un entorno de multitudinarias movilizaciones en varios países de la región, como Chile, Ecuador y Bolivia, donde sus ciudadanos se sienten maltratados por sus respectivos Gobiernos.
De los diez pedidos centrales que motivan el paro, en la mayoría de los casos nada ha ocurrido todavía. Se protesta contra las reformas: laboral, pensional, tributaria; contra las privatizaciones y por una posible masacre laboral en las empresas financieras estatales, sumado al conflicto en el Cauca y temas de clamor regional como los pésimos servicios y sus altos costos.
Aunque el derecho a la protesta es parte del fuero democrático, muchos cientistas sociales reiteran que América Latina, con su modelo de desarrollo, está generando una bomba de tiempo a punto de explotar. El sistema político se ha hecho de oídos sordos al clamor de la gente por una sociedad más justa, con más movilidad social y menos abusos.
Infortunadamente, el legítimo derecho de las personas a expresar sus descontentos, como ha ocurrido en otros países del mundo y de la región, se ha visto empañado por grupos criminales organizados, junto a delincuencia de todos los pelambres que siembran la anarquía y el temor, saqueando o destruyendo bienes públicos, haciéndoles el juego a los enemigos de la democracia.
Deseando que la protesta ocurra de manera pacífica, sigue siendo importante que nuestra clase política se dé cuenta de los riesgos que el sistema democrático está enfrentando. Hoy se ha impuesto un discurso populista en el que cada vez más gente siente que la sociedad está dividida entre una élite corrupta y un pueblo puro, generando un gran distanciamiento entre la ciudadanía y sus instituciones, y donde el ciudadano defiende la idea de la soberanía popular.
Esta postura tiene por característica que se alimenta del odio que se puede generar, ya que las personas sienten mucha rabia ante una clase política corrupta, ante los abusos cotidianos —como los de Electricaribe o el alza de los peajes en nuestras carreteras—, ante los asesinatos de líderes sociales, o, en definitiva, por la furia que profesan ante un ingreso miserable que no le permite a su familia sobrevivir el mes, haciendo que se endeuden con la incertidumbre de no saber cómo van a pagar.
No basta decir que hay que defender la democracia para que ella sobreviva. Los gobernantes no pueden estar desconectados de lo que sucede. Deben ver el dramatismo que genera la desigualdad. La gente quiere redistribuir el pudín de otra manera; quiere instituciones que realmente los protejan. Todos necesitamos un padre protector, para eso pagamos impuestos, y esa es la causa de fondo de este paro.
Ojalá que quienes lo lideran no se dejen quitar el liderazgo por los anarquistas que, sin consideración, solo pretenden mandar al país —y a sus habitantes—, a la mierda.