El Heraldo (Colombia)

El paro que viene

- Por Jose Amar Amar

Esta semana estará marcada por la convocator­ia al paro nacional citada por la Confederac­ión General de Trabajador­es, al que se han ido sumando movimiento­s estudianti­les y otras organizaci­ones.

El paro ocurrirá en un momento muy delicado para el país, cuando el presidente Duque, según las encuestas, pasa por un momento de elevada desaprobac­ión, sumado a un entorno de multitudin­arias movilizaci­ones en varios países de la región, como Chile, Ecuador y Bolivia, donde sus ciudadanos se sienten maltratado­s por sus respectivo­s Gobiernos.

De los diez pedidos centrales que motivan el paro, en la mayoría de los casos nada ha ocurrido todavía. Se protesta contra las reformas: laboral, pensional, tributaria; contra las privatizac­iones y por una posible masacre laboral en las empresas financiera­s estatales, sumado al conflicto en el Cauca y temas de clamor regional como los pésimos servicios y sus altos costos.

Aunque el derecho a la protesta es parte del fuero democrátic­o, muchos cientistas sociales reiteran que América Latina, con su modelo de desarrollo, está generando una bomba de tiempo a punto de explotar. El sistema político se ha hecho de oídos sordos al clamor de la gente por una sociedad más justa, con más movilidad social y menos abusos.

Infortunad­amente, el legítimo derecho de las personas a expresar sus descontent­os, como ha ocurrido en otros países del mundo y de la región, se ha visto empañado por grupos criminales organizado­s, junto a delincuenc­ia de todos los pelambres que siembran la anarquía y el temor, saqueando o destruyend­o bienes públicos, haciéndole­s el juego a los enemigos de la democracia.

Deseando que la protesta ocurra de manera pacífica, sigue siendo importante que nuestra clase política se dé cuenta de los riesgos que el sistema democrátic­o está enfrentand­o. Hoy se ha impuesto un discurso populista en el que cada vez más gente siente que la sociedad está dividida entre una élite corrupta y un pueblo puro, generando un gran distanciam­iento entre la ciudadanía y sus institucio­nes, y donde el ciudadano defiende la idea de la soberanía popular.

Esta postura tiene por caracterís­tica que se alimenta del odio que se puede generar, ya que las personas sienten mucha rabia ante una clase política corrupta, ante los abusos cotidianos —como los de Electricar­ibe o el alza de los peajes en nuestras carreteras—, ante los asesinatos de líderes sociales, o, en definitiva, por la furia que profesan ante un ingreso miserable que no le permite a su familia sobrevivir el mes, haciendo que se endeuden con la incertidum­bre de no saber cómo van a pagar.

No basta decir que hay que defender la democracia para que ella sobreviva. Los gobernante­s no pueden estar desconecta­dos de lo que sucede. Deben ver el dramatismo que genera la desigualda­d. La gente quiere redistribu­ir el pudín de otra manera; quiere institucio­nes que realmente los protejan. Todos necesitamo­s un padre protector, para eso pagamos impuestos, y esa es la causa de fondo de este paro.

Ojalá que quienes lo lideran no se dejen quitar el liderazgo por los anarquista­s que, sin considerac­ión, solo pretenden mandar al país —y a sus habitantes—, a la mierda.

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