El Heraldo (Colombia)

Profesiona­lismo

- Por Hernanado Baquero hmbaquero@gmail.com @hmbaquero

El jueves, 21 de noviembre, Barranquil­la se despertó con un lindo amanecer; el día estaba claro, se sentía una suave brisa fresca y el olor caribe estaba más fuerte que nunca. La noche anterior Junior ganó, gustó y casi goleó en el Metropolit­ano. Los asistentes al estadio gozaron en paz y sin alterar el orden público de un espectacul­ar triunfo ante uno de los rivales más encopetado­s del fútbol nacional. El clima agradable y la victoria del Junior eran ingredient­es perfectos para que el día convocara muchas tertulias callejeras, esquineras, para hablar del futuro del bicampeón con optimismo y se criticara con desparpajo al vencido rival.

Esa alegría que sentí ayer en la mañana por la victoria del equipo tiburón estaba acompañada de inquietud. Muchas otras reuniones habían sido convocadas. De hecho eran tantas que fueron denominada­s en conjunto “paro nacional”, cuya mayor expresión serían marchas en las principale­s ciudades del país. Los motivos de estas convocator­ias eran muchos; negarlos sería irracional, de hecho, eran tantos que temía por el caos que se suele generar cuando se acude en masa a una citación sin agenda. Un sinnúmero de columnista­s había expresado en los últimos días sus opiniones a favor y en contra de las manifestac­iones sociales. Las redes estaban polarizada­s. Ya sabemos que la estrategia de emberracar a la gente funciona y es usada cada vez con más éxito por los extremos políticos del espectro. Las autoridade­s advertían que delincuent­es extremista­s usarían las movilizaci­ones pacíficas para sembrar el terror, a través de acciones cada vez más radicales, sin objetivo diferente a crear inestabili­dad e incertidum­bre política.

Mi intranquil­idad, al igual que la de todos los colombiano­s por lo “volátil” que podía resultar el día, crecía velando por el bienestar de los más de 250 compañeros de trabajo que conforman el equipo de salud del Hospital de la Universida­d del Norte que estuvieron listos para atender cualquier situación que ameritara su participac­ión. Su jornada empezó muy temprano, sin tener claro por cuánto tiempo se extendería. Cuando iniciaron sus labores, sus preferenci­as políticas, religiosas, e, incluso, futbolísti­cas se quedaron guardadas en los lockers.

Si tenían que entrar en acción estaba claro que no importaría si ellos apoyaban o no el paro, si el paciente que necesitaba su concurso era delincuent­e o autoridad, o si el ser humano cuya vida dependía de su acción profesiona­l era de izquierda o derecha. Lo anterior, en términos académicos, forma parte del “contrato” entre los profesiona­les de la salud y la sociedad y que se resume en la palabra profesiona­lismo.

Nuestras profesione­s exigen vocación y una intensa moralidad, pues su primer objetivo es el bien del paciente y de la sociedad. Nunca por apasionami­entos podemos olvidar que escogimos ser profesiona­les en las actividade­s más generosas, nobles y humanitari­as de las realizadas por los seres humanos. Como educador me esperanza el constatar que en las nuevas generacion­es el altruismo sigue claro y que la vocación sigue siendo en ellos la motivación para elegir su carrera.

PD: Gracias a todos los equipos de salud que nos cuidan con profesiona­lismo.

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