Gobernar lo ingobernable
El recurrente problema de las inundaciones en las ciudades del país nos obliga a recordar que no son un fenómeno natural catastrófico o un castigo divino, sino el producto de un complejo proceso de construcción social del riesgo que, tarde o temprano, desencadena un desastre.
Los principales factores que hacen de ciertas zonas de nuestra ciudad vulnerables ante las inundaciones son humanos. Entre ellas están: el diseño urbano, su ubicación y forma de expansión en zonas no aptas para el masivo asentamiento humano, junto con las condiciones de marginalidad y pobreza, infraestructura deficiente, educación, control social, y la escasa percepción del riesgo.
La tecnocracia dominante que busca “controlar” el ciclo natural del agua con la intervención masiva de obras civiles (pozos, zanjas, canales, jarillones, muros de contención, lagos artificiales y otros) es inútil pues trata de regir algo ingobernable sin tener las herramientas adecuadas. Pero lo más preocupante es que ni siquiera se tienen en cuenta preceptos básicos de cómo es que se ocasionan estos desastres.
En diferentes ciudades de Colombia el alcantarillado no solo es insuficiente para evacuar el agua, sino que su mal diseño hace que el agua fluya como un torrente y provoque desastres. Lo que sucede es que el agua lluvia, al no infiltrarse, se vuelve en correntía y contribuye al aumento de la velocidad del flujo de agua. El resultado: el alcantarillado incrementa la magnitud del problema que intenta solucionar. Además, en muchas de nuestras ciudades se han deteriorado o rellenado áreas que realizaban una regulación natural a las inundaciones y deslaves; hablo de los humedales y las madres viejas de los ríos, las rondas hídricas, ciénagas, caños y algunos ecosistemas estratégicos. La causa prima del problema es sencilla: las ciudades en Colombia han crecido en áreas que no eran y no son aptas para un asentamiento humano sostenible y definitivo.
El dragado y la fortificación de jarillones en el cauce de los ríos, la instalación de grandes motobombas, el aumento de la capacidad del alcantarillado urbano y los emisores de gran caudal no serán suficientes medidas para los planificadores urbanos. Se requerirá repensar el modelo de crecimiento para no urbanizar los desastres, prestando atención a propuestas bioclimáticas y biomiméticas, la ecología y el metabolismo urbano.
Si continuamos administrando las ciudades, pueblos y demás asentamientos humanos como sistemas inertes y aislados de la naturaleza, seguiremos siendo unos damnificados por su rigurosidad y certeza. Habrá que preguntarnos por qué nos cuesta aplicar el sentido común en nuestra relación diaria con la madre Tierra.
Necesitamos una respuesta urgente para que los actuales escenarios de variabilidad y cambio climático no causen el colapso de nuestras ciudades. Es un asunto vital que no puede delegarse a las próximas generaciones.
*Decano Nacional de Ingeniería y Ciencias Básicas Areandina