Parar la pobreza
Han sido diversas las motivaciones de las movilizaciones masivas y paros que, como el sarampión, se han extendido por los países suramericanos, estremeciendo en su médula la estabilidad política y social.
Esta multiplicidad de causas de protesta ha tenido como denominador común el incremento del empobrecimiento de las familias. Es una triste realidad que viven los países subdesarrollados, donde los grupos poblacionales pudientes se hacen cada vez más ricos y los pobres se pauperizan aún más. De este panorama sobrediagnosticado e infravalorado se habla en los medios de comunicación, foros académicos, convenciones gremiales y hasta en cumbres presidenciales, sin que nos pongamos de acuerdo, como miembros de una misma sociedad, en ponerle freno a la desigualdad y la inequidad. Es tan latente y palpable que, paradójicamente, nos acostumbramos a ver la pobreza extrema, que se volvió parte del “paisaje”, como algo normal en la vida cotidiana, encerrándonos en campanas de cristal en la comodidad de nuestros privilegios.
Esta insensibilidad generalizada nos deshumaniza y nos convierte en una comunidad no solidaria, individualista; además, indiferente ante el avasallamiento de las leyes de mercado y el capitalismo salvaje.
Entre 1995 y 2014 la riqueza mundial se disparó un 66%, situación que ha sido inversamente proporcional a los niveles de pobreza, dado que en los países con ingresos altos de la OCDE la riqueza per cápita en ese mismo periodo fue 52 veces mayor que en los países más pobres, según análisis del Banco Mundial. También la Cepal y Oxfam informan que, entre 2002 y 2015, las fortunas de los multimillonarios de América Latina crecieron en promedio un 21% anual.
La otra realidad es más preocupante: a 2017 había 184 millones de personas pobres en América Latina (30,2% de la población) y, de ellos, 62 millones en extrema pobreza (10,2% de la población), la cifra más alta desde 2008.
Las oportunidades para mejorar las condiciones de vida y lograr movilidad social se convierten en objetivos lejanos e inalcanzables para la mayoría de las personas, mientras que el abanico de posibilidades para quienes lo tienen todo se amplía indefinidamente.
En los críticos momentos actuales de marchas y levantamiento social, con el riesgo de derivar en paros generalizados y violencia, es importante que los gobernantes y congresistas de América Latina se pellizquen y tomen el liderazgo para aprobar leyes e implementar políticas públicas que promuevan equidad, oportunidades de trabajo digno y acceso a la educación que permita movilidad social.
La falta de oportunidades se agrava en nuestras sociedades con la pandemia de la corrupción, que se ha enquistado y roba la posibilidad de promover desarrollo social con los recursos del Estado y esquilma el presupuesto de los programas dirigidos a los desvalidos y a los niños. Es una situación preocupante que nos debe convocar a la reflexión, pero sobre todo a la acción para erradicar la exclusión y la inequidad, que nos permitan construir una sociedad justa, incluyente y democrática.