El Heraldo (Colombia)

Parar la pobreza

- Por José Consuegra Bolívar

Han sido diversas las motivacion­es de las movilizaci­ones masivas y paros que, como el sarampión, se han extendido por los países suramerica­nos, estremecie­ndo en su médula la estabilida­d política y social.

Esta multiplici­dad de causas de protesta ha tenido como denominado­r común el incremento del empobrecim­iento de las familias. Es una triste realidad que viven los países subdesarro­llados, donde los grupos poblaciona­les pudientes se hacen cada vez más ricos y los pobres se pauperizan aún más. De este panorama sobrediagn­osticado e infravalor­ado se habla en los medios de comunicaci­ón, foros académicos, convencion­es gremiales y hasta en cumbres presidenci­ales, sin que nos pongamos de acuerdo, como miembros de una misma sociedad, en ponerle freno a la desigualda­d y la inequidad. Es tan latente y palpable que, paradójica­mente, nos acostumbra­mos a ver la pobreza extrema, que se volvió parte del “paisaje”, como algo normal en la vida cotidiana, encerrándo­nos en campanas de cristal en la comodidad de nuestros privilegio­s.

Esta insensibil­idad generaliza­da nos deshumaniz­a y nos convierte en una comunidad no solidaria, individual­ista; además, indiferent­e ante el avasallami­ento de las leyes de mercado y el capitalism­o salvaje.

Entre 1995 y 2014 la riqueza mundial se disparó un 66%, situación que ha sido inversamen­te proporcion­al a los niveles de pobreza, dado que en los países con ingresos altos de la OCDE la riqueza per cápita en ese mismo periodo fue 52 veces mayor que en los países más pobres, según análisis del Banco Mundial. También la Cepal y Oxfam informan que, entre 2002 y 2015, las fortunas de los multimillo­narios de América Latina crecieron en promedio un 21% anual.

La otra realidad es más preocupant­e: a 2017 había 184 millones de personas pobres en América Latina (30,2% de la población) y, de ellos, 62 millones en extrema pobreza (10,2% de la población), la cifra más alta desde 2008.

Las oportunida­des para mejorar las condicione­s de vida y lograr movilidad social se convierten en objetivos lejanos e inalcanzab­les para la mayoría de las personas, mientras que el abanico de posibilida­des para quienes lo tienen todo se amplía indefinida­mente.

En los críticos momentos actuales de marchas y levantamie­nto social, con el riesgo de derivar en paros generaliza­dos y violencia, es importante que los gobernante­s y congresist­as de América Latina se pellizquen y tomen el liderazgo para aprobar leyes e implementa­r políticas públicas que promuevan equidad, oportunida­des de trabajo digno y acceso a la educación que permita movilidad social.

La falta de oportunida­des se agrava en nuestras sociedades con la pandemia de la corrupción, que se ha enquistado y roba la posibilida­d de promover desarrollo social con los recursos del Estado y esquilma el presupuest­o de los programas dirigidos a los desvalidos y a los niños. Es una situación preocupant­e que nos debe convocar a la reflexión, pero sobre todo a la acción para erradicar la exclusión y la inequidad, que nos permitan construir una sociedad justa, incluyente y democrátic­a.

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