Yo marché
Con la autoridad moral que me otorga el haber marchado desde la Torre Colpatria hasta la Plaza de Bolívar y permanecer en ese sitio hasta las 3 ¼ de la tarde, creo que debo compartir mi impresión sobre el paro. Colombia, sin liderazgos políticos, sino sumando iniciativas individuales o de grupos con propósitos comunes, está dispuesta a expresarse libremente para lograr ser escuchada por quienes la gobiernan. Muchas razones existen para expresar preocupaciones legítimas, y no todas, como sin ruborizarse expresan los empresarios, vienen del pasado. Por el bien de la actual administración es fundamental que acepte tanto sus debilidades en el manejo del país así como señales sobre decisiones que la población en general encuentra preocupantes.
Es cierto que después de 50 años de conflicto armado cuando estas expresiones de descontento corrían el peligro de ser descalificadas como provenientes de las FARC, una consecuencia lógica era que la sociedad colombiana saliera a las calles a expresar sus desacuerdos con el gobierno y sus funcionarios. Pero, además, y esto es clave si de verdad se quiere encontrar la ruta de progreso y tranquilidad que este gobierno, el presidente Duque y su partido, el Centro Democrático, reconozcan: que amplísimos sectores de Colombia, ¾ partes, sienten que el país va mal; que solo el 29% de la población apoya la gestión del presidente; y que utilizar a los gremios para que señalen el rumbo de políticas públicas le está saliendo muy caro al Gobierno porque es evidente que su objetivo no es el interés nacional y menos el de los trabajadores. Los dirigentes gremiales que han actuado como ventrílocuos del presidente Duque y sus ministros han sido quienes dieron motivo a sectores de trabajadores para impulsar el paro del 21 de noviembre.
Como estuve en la marcha, no podía creer que después de este encuentro pacífico, alegre y realmente democrático sucedieran los desmanes posteriores; lo que sí puedo afirmar es que a pesar de ser una expresión de molestia con el Gobierno y con el expresidente Uribe, esta se hizo en medio de bailes, tambores, aplausos y cantando el himno nacional de Colombia. Lo que sucedió posteriormente es algo que para muchos en este país, sobre todo en Cali y Bogotá, requiere una mejor explicación que la que hasta ahora han ofrecido las autoridades. Es crítico saber cómo y por qué se generaron los desmanes que tienen atemorizado al país.
Pero en lo que no se puede equivocar el presidente Duque es en limitar todo lo que está sucediendo en esta sociedad al tema de que existe un complot de fuerzas oscuras. No puede ignorar el llamado del país a que este gobierno entienda que tiene que encontrarse con la sociedad colombiana, que realmente es él a quien el país eligió, el que está al mando y no el expresidente Uribe. Que su equipo sí se conecta —no con Uribe— sino con las demandas de la sociedad y sobre todo que reconozcan todos, empezando por el presidente, que no les está yendo bien.