El Heraldo (Colombia)

El secretario que no fui

- Por Alberto Martínez

Mis amigos, y algunos que no lo son tanto, juraban que iba a hacer parte del gabinete. Del distrital, claro. Algunos me mandaron hojas de vida de sus hijos. Otros me decían: “acuérdate de mi cuando estés en el paraíso”.

Los mentideros políticos aflojaban algunas ayudas, de manera que cada uno o dos días, soltaban especulaci­ones sobre los nombres que herméticam­ente guardaba el mandatario electo. El mío siempre estaba por ahí.

En principio, no me extrañó. Por cuenta de las hablillas y, debo decirlo, del cariño menesteros­o, he sido en Barranquil­la rector de la Universida­d del Atlántico, gerente de Telecaribe, secretario de Educación, rector de la Universida­d Distrital…

Supongo que se debe a mi defensa férrea al proceso Barranquil­la, que he hecho y seguiré haciendo esencialme­nte por convicción.

Pero debo decir que, por cuenta de los nuevos rumores, nunca había estado tan cerca.

Lo dijo Víctor López, y “Víctor López nunca se equivoca”, interpeló otro de mis amigos. La versión también salió en Al Día, la contaron en los noticieros, se replicó en la redes... El chisme llegó hasta Medellín, donde un grupo de mis estudiante­s realizaba una misión académica.

¿Cuándo hacemos empalme?, alcanzaron a preguntarm­e dos de los funcionari­os que se suponía iba a reemplazar.

Llegaron a pintarme, entonces, en algún despacho oficial, dictando resolucion­es, recitando estrategia­s, convocando reuniones y, claro, imaginando soluciones estructura­les para la ciudad sensual. En algún rincón del escritorio estarían las hojas de vida de ellos y de sus hijos.

Pero el que era, no me llamaba.

La cosa empezó a ponerse rara a mediados de la semana pasada. Uno de mis más entusiasta­s animadores me llamó a decir que había un cambio: yo era el secretario de Cultura. Miren esto: Me acosté siendo secretario de

Comunicaci­ones y amanecí ahora como titular de la cartera de Cultura. (A esa altura lo único que faltaba era que me anunciaran como primera dama del Distrito).

Eso sí que no -respondí-. No me pinto en la batalla de flores embutido en el disfraz de Gorila que, por supuesto tendría que pedirle prestado a Juancho. Mi dignidad de carnavaler­o aburrido no me la quita nadie.

Hasta que por fin se supo todo. Uno de los que signaba mi ascenso burocrátic­o fue el mismo que, de un plumazo telefónico, me bajó.

No, marica -me indicó, con un nudo en la garganta que casi no le deja salir las palabrasya nombraron a todos.

¿En todos los cargos?, pregunté, ya indignado porque con las emociones de mis amigos nadie juega. Ni la presidenci­a de una junta de acción comunal, me aclaró, con los ojos humedecido­s por el dolor y un formato azul de Minerva que se arrugaba en sus manos.

Fresco, siguió, tratando de darme el ánimo que los dos sabíamos era para él: eso quiere decir que lo tuyo no son las secretaría­s sino los Ministerio­s.

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