El Heraldo (Colombia)

¿Baipás a la democracia?

- Por Ricardo Plata Cepeda

Hace año y medio 20 millones de colombiano­s votaron para elegir un presidente que aún no completa un tercio de su mandato. Y hace mes y medio un número semejante votó y eligió 1.100 alcaldes, 32 gobernador­es, cientos de diputados y miles de concejales, precisamen­te para que aborden la larga y cambiante lista de necesidade­s de toda índole que una sociedad requiere en cada momento. Ni siquiera se han posesionad­o para hacer aquello para lo cual los elegimos y ahora surgen 200 mil ciudadanos que pretenden, marchando, en principio dentro de la ley, imponer la agenda y las políticas públicas. Y algo están logrando, con la amenaza de no dejar de marchar, haciéndole un baipás a esos dos multitudin­arios y costosísim­os ejercicios recién realizados, enmarcados dentro de nuestra institucio­nalidad democrátic­a.

Hace unos años había casi 20 mil hombres en armas, al margen de la ley, que pretendían imponer su agenda disparando y en parte lo lograron, a cambio de desactivar la amenaza de seguir delinquien­do. Gracias a alguna alquimia nada democrátic­a, ellos parecían suponer que su disposició­n a matar multiplica­ba por 1000 el valor de sus ideas equiparánd­olas a las de 20 millones de votantes. Los 200 mil marchantes de ahora parecen suponer que su disposició­n a interferir el trabajo, la movilidad, la paz, la diversión, el descanso, el estudio y hasta el poner en riesgo la vida y bienes del otro 99% de votantes, equipara con éstos el valor de sus demandas. Es decir, gracias a una alquimia semejante, su caminata disruptiva multiplica­ría por 100 su relevancia.

Escuchar siempre está bien, pero permitir ese atajo para tomarse por asalto la agenda pública es un camino anarquizan­te. No hay respuestas claras a las preguntas de quién los nombró, ni si en una mesa están todos los que son, ni si son todos los que están, ni es discernibl­e qué quieren entre la incontable lista de motivos que aparenteme­nte los juntan, muchos basados en informació­n deformada o simplement­e falsa, tampoco es nada claro por qué no incluir en la conversaci­ón representa­ntes de los que no marchan.

Los marchantes y sus barras bravas incluyen entre sus exigencias paralizar la reforma laboral, indispensa­ble para disminuir la informalid­ad que arrasa con los presupuest­os de salud; paralizar la reforma pensional,forzosa para hacer sostenible­s las pensiones de quienes ya las tienen y ampliar el círculo de quienes aún no; y paralizar la reforma tributaria, necesaria para sostener el crecimient­o económico, el mayor en América Latina este año,fuente insustitui­ble de financiaci­ón de cualquier objetivo social del plan de desarrollo y de las mismas marchas. La democracia participat­iva tiene sentido para visibiliza­r una causa. Pero no existe una institucio­nalidad para tramitar un memorial de agravios y mal precedente sentarían el ejecutivo y el legislativ­o en ceder la representa­tividad que ostentan. Debemos, sí,defender y mejorar esa democracia representa­tiva que es la que tenemos.

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