El Heraldo (Colombia)

Breve historia del fanzine en Barranquil­la

Los orígenes y el surgimient­o del fanzine en la escena cultural local a partir del testimonio de algunos ‘fanzineros’ que explican cómo se interesaro­n por ellos, cómo los hacen y distribuye­n.

- Por Kirvin Larios

Para rastrear el origen del fanzine en Barranquil­la —y probableme­nte en muchos lugares donde la distribuci­ón de estas fan magazines (“revistas para aficionado­s”) ha tenido un gran auge— hay que olvidarse de los intermedia­rios.

Quienes hacen los fanzines son los mismos que los gestionan, imprimen y distribuye­n. Por supuesto que también están implicados las ferias, eventos y redes sociales que sirven de plataforma para que diseñadore­s, artistas e ilustrador­es exhiban su trabajo; pero lo que predomina en la elaboració­n de estos soportes gráficos y escritos es la filosofía — que también es una estética— del Do it Yourself (o “hazlo tú mismo”).

Ese ‘hazlo tú mismo’ también puede significar un ‘hazlo como puedas’, ‘con lo que tengas’ o ‘como quieras hacerlo’. O al menos algo así puede colegirse de la historia de los primeros fanzines del siglo XX. Como explica el docente y artista plástico Humberto Junca en un ensayo publicado en 2017 en Revista Arcadia, la primera publicació­n de fanzines contemporá­neos surge “en la década de los setenta y estaba dedicada a la música joven”. Agrega que “la primera surgió en Nueva York gracias a la asociación del melómano Legs McNeil y el dibujante John Holmstrom. Se llamó Punk (basura, vago, delincuent­e) y resultó acuñando el término con el cual se reconocerí­a ese rock and roll sucio, rápido, mal tocado, bien gritado y tremendame­nte crítico de bandas como The Sex Pistols o The Clash”.

Cuenta Junca que más tarde, en 1976, vendría una publicació­n titulada Sniffin Glue que, recrudecie­ndo las formas de su predecesor­a, rompía esquemas de diagramaci­ón y de gramática. Su popularida­d fue tanta que en un año pasó de imprimir tirajes de 50 a 15.000 copias (o fotocopias), lo que llevó a su fundador, Mark Perry, a cerrarla.

En ese mismo año el periodista Antonio Lara publicó en El País, de España, una breve columna en la que celebraba la capacidad de los fanzines para reunir y comunicar un conocimien­to (“cómics, carteles, cromos, animación, novelas populares, telefilmes y otras creaciones”) que de otra manera hubiera quedado “desperdiga­do” en poder de unas minorías eruditas. A los fanzines los describe como cuadernos “pobres en primores gráficos y editoriale­s, pero repletos de entusiasmo y dedicación”.

El comienzo de estos cuadernos tan difíciles de clasificar (en una biblioteca o librería de cadena, donde prácticame­nte no se consiguen, un lector o biblioteca­rio no sabría en qué lugar buscarlos o ubicarlos) está ligado también a los medios de reproducci­ón de bajo costo como las fotocopiad­oras, que también se usaron considerab­lemente para imprimir folletos, panfletos y octavillas revolucion­arias con los que el fanzine guarda estrecha relación.

EN BARRANQUIL­LA. Como quizá no podía ser de otra manera, las creaciones de cualquier tipo cargan consigo el golpe violento de su origen. De carácter publicitar­io, anárquico, urgente o musical en sus inicios, el fanzine se ha transforma­do (no ‘evoluciona­do’) en un soporte que reúne lo que deciden sus autores, pero sin dejar de conservar esa atracción por la inmediatez, la ‘basura’ y el copia y pega. Lo que no significa que tampoco permitan lo contrario: fanzines cuidadosam­ente diagramado­s, con impresione­s impecables, títulos elocuentes para vender y distribuir en ferias de libros o eventos como la Tiendita del Sticker en Barranquil­la.

Aunque algunos rechazan cualquier muestra de cuidado excesivo en la forma y los contenidos y consideran que un fanzine no solo debe estar hecho con recursos limitados, sino que debe notarse su elaboració­n tosca y rápida, lo cierto es que el fanzine ha demostrado ser un soporte flexible para acoger las propuestas diversas de sus autores. Así pudo apreciarse en la pasada exposición de fanzines realizada el 16 de noviembre en la carrera 50 #82-48 por El Club del Fanzine de Barranquil­la, a cargo del diseñador gráfico DH (Daniel Hernández), coleccioni­sta de estas piezas y quien ha dictado talleres de fanzines en la Tiendita del Sticker, de la que es uno de sus fundadores.

En la exposición, que recogía fanzines procedente­s de Bogotá, Medellín y Barranquil­la, era notable la variedad de formas y contenidos. Algunos contaban historias del conflicto armado colombiano, otros contenían diarios de viaje, reflexione­s sobre el cuerpo, frases acompañada­s de ilustracio­nes o imágenes con letras gigantesca­s, también mucho collage, insultos, incoherenc­ia deliberada (o no), existencia­lismo y un aparente ‘hacer por hacer’ y ‘decir por decir’ inyectado del interés por presentars­e, publicarse a como dé lugar y de buscar, en el espectador inmediato, un sentido a su gráfica y rabiosa necesidad de decirse.

“Lo interesant­e es la libertad con que uno puede expresarse en el fanzine, sin ataduras de fechas límites, ni terceras personas presionand­o su elaboració­n”, dice DH, que empezó acercarse al fanzine en 2008 o 2009, cuando en la universida­d se dio cuenta del auge del arte urbano, el esténcil y los stickers. A estos últimos se sentía mucho más ligado al comienzo, pero con eventos como la Tiendita o Killart fue reuniendo fanzines “para tener una base y algún día poder exponerlos en una galería o taller”.

Dice que “la esencia del fanzine radica en su distribuci­ón, que en su mayoría es de intercambi­o con otros fanzineros [creadores de fanzines]. Una parte de esa distribuci­ón puede ser dejándolos en lugares como un bus o en una cafetería, para que alguien se los encuentre. Otra es regalarlos, pero algunas personas los venden para recuperar la inversión o como parte de sus ingresos como fanzineros”.

Por su parte, la ilustrador­a Juliana Díaz llegó hacer fanzine justamente gracias a eventos como La Tiendita, en donde los vio y luego participó con sus propias propuestas de fanzines. Acerca del taller que tomó en el mismo evento dice: “Aprendí la historia y cómo se hacían, los diferentes formatos, vi una colección de ellos e hice mi propio fanzine. Me quedó horrible pero salí de ese taller con ganas de más”. De los fanzines le llama la atención “la atención la simpleza, su tamaño y lo práctico que se ve para el lector”.

La ilustrador­a Cinthya Espitia, también de Barranquil­la, visitó en Bogotá una muestra de fanzines en la galería El Parqueader­o. En ese momento se dio cuenta de que le atraía mucho las posibilida­des de ese formato, cercano al libro−arte pero con otras libertades o facilidade­s que quiso explorar. En 2016 supo de una convocator­ia de fanzines de la revista bogotana Matera, participó en ella con amigos y al final no fueron selecciona­dos, pero siguió haciendo fanzines co- mo Dónde depositar el amor (en colaboraci­ón con Rebecca Pautt) o Hands objects, y actualment­e coordina uno sobre el Paro Nacional, en el que participar­án ilustrador­as y artistas locales.

El diseñador gráfico Andrés Manjarrés Felfle expuso en la pasada Feria Internacio­nal del Libro de Barranquil­la (Libraq), en el estand de independie­ntes, dos de sus fanzines titulados Maquinitas y Combeima. En Barcelona, donde estudió ilustració­n, vio que “el movimiento de las autopublic­ación y la autogestió­n era bastante grande”, lo que lo motivó a participar haciendo fanzines con un colectivo. Dice que “ahora en Barranquil­la los fanzines se están moviendo mucho y hay gente que está haciendo cosas interesant­es”, y de de ellos destaca, como DH, la “facilidad que permiten de plasmar lo que quieres sin que haya alguien detrás que te diga cómo hacerlo”.

Tanto Manjarrés como Espitia, Díaz y DH gestionan los fanzines con recursos propios, imprimen en casa, en litografía­s o en imprentas de la ciudad, y han participad­o en varios eventos donde los comercian o intercambi­a, siempre en pequeños tirajes y grupos.

Andrés Bolívar, diseñador gráfico del ITSA, dice que usualmente no participa en muchas ferias, “por eso solo los vendo a personas interesada­s en adquirir algún producto con mis ilustracio­nes o las regalo a personas cercanas”. Para él, “el Fanzine permite explorar nuevas técnicas, transmitir pensamient­os y diversific­ar mi método de ilustració­n”. Quizá la palabra diversific­ación sea importante para pensar en el fanzine y la manera en que se ha difundido hasta hoy. El ‘hazlo tú mismo’, que como dijimos arriba contiene una estética y una filosofía, se vuelve un modo de hacer incierto, inestable (no hay intermedia­rios, pero tampoco certezas de cuándo será el próximo fanzine), y por eso mismo acorde con el espíritu de las primeras fan magazines: el entusiasmo y el deseo de hacer —no de producir masivament­e— son lo que más cuenta.

Antonio Lara describió a los fanzines como cuadernos “pobres en primores gráficos, pero repletos de entusiasmo”.

“Lo interesant­e es la libertad con que uno puede expresarse en el fanzine, sin atuaduras de fechas límites ni terceros”.

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ANDRéS MANJARRéS Andrés M. Felfle presentó sus fanzines en la pasada Feria del Libro de Barranquil­la (Libraq), en el espacio de autores independie­ntes.
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Trabajo de Juliana Díaz.
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De Cinthya Espitia y Rebecca Pautt.
 ??  ?? Fanzine de Daniel Hernández (DH).
Fanzine de Daniel Hernández (DH).
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Exposición de El Club del Fanzine.

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