El Heraldo (Colombia)

Primum non nocere

- Por Hernando Baquero hmbaquero@gmail.com @hmbaquero

El ejercicio clínico de la medicina plantea al profesiona­l que lo realiza grandes retos en cada atención en salud en la que interviene. Las diferentes manifestac­iones de una misma enfermedad, la variabilid­ad propia del ser humano y las múltiples opciones de tratamient­o que hoy existen, hacen que el médico tenga muchas variables en juego a la hora decidir cual o cuales serán las intervenci­ones más seguras y efectivas para el paciente que se asiste.

Debido al gran volúmen de informació­n que se ha generado con el desarrollo tecnológic­o de las últimas décadas, con mucha frecuencia los médicos recurrimos a guías de práctica clínica (GPC) basadas en la evidencia, herramient­as que organizan y evalúan los datos disponible­s acerca de las patologías que tratamos. Éstas nos permiten de manera relativame­nte simple, a los médicos y pacientes, tomar bien informados las mejores decisiones en términos de efectivida­d y seguridad entre los tratamient­os posibles. En enfermedad­es como el cáncer, donde existe una gran alternativ­a de conductas en la práctica clínica, y mucha informació­n científica en permanente actualizac­ión, estas GPC se convierten en un recurso invaluable que siempre debe ser utilizado.

Para que un tratamient­o sea bien evaluado y, por lo tanto, recomendad­o dentro de una GPC basada en la evidencia, debe haber sido sometido a prueba en uno o varios estudios clínicos adecuadame­nte conducidos en términos éticos, legales y científico­s. Lo que usualmente empieza con una observació­n, debe ser probado con crecientes niveles de certeza en modelos simulados y biológicos antes de atravesar la línea que habilite el uso en nuestra especie.

En Colombia el Invima regula con mucho acierto la realizació­n de este tipo de investigac­ión, de hecho, la normativa emanada del mencionado instituto está acorde con los más altos estándares internacio­nales, centrándos­e ella en la protección de los sujetos que participan en las investigac­iones. En el país, por ejemplo, si se quiere “probar” un medicament­o, se debe documentar adecuadame­nte el conocimien­to que se dispoga de los principios activos. También los centros donde se quieran realizar estos estudios deben estar certificad­os legalmente, adquiriend­o con ello el compromiso ineludible de reportar toda la informació­n relevante en términos de seguridad y efectivida­d terapéutic­a.

A los médicos, desde muy temprano en nuestra formación se nos insiste en la importanci­a de introyecta­r el antiguo precepto de primum non nocere: lo primero es no hacer daño. En cada uno de nuestros actos debemos estar atentos, pues muy a pesar que ellos sean realizados con las mejores intencione­s, con su realizació­n se pueden tener consecuenc­ias indeseable­s (iatrogenia). Usar medicament­os o sustancias con fines terapéutic­os basados en observacio­nes no sistemátic­as y sin el cumplimien­to de los procesos científico­s normados para ellos, no solo va en contravía con el mencionado precepto, si no que además viola la ley.

Es desesperan­zador que los avances desde la bioética, la formación universita­ria y los organismos de control en normas regulatori­as y capacidade­s científica­s para la investigac­ión clínica retrocedan a partir de las opiniones desinforma­das de funcionari­os públicos.

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